Tarde de lecturas, (2008) xilografía de Marinés Tapia Vera, 1er premio de Grabado del LIII Salón de Artes Plásticas Manuel Belgrano

El rastreador

El rastreador recorre bibliotecas concretas y virtuales buscando esos textos que alguna vez tenemos que leer.

lunes, 31 de diciembre de 2012

Justo el 31


Hace cinco días,
loco de contento
vivo en movimiento
como un carrusel...
Ella que pensaba
amurarme el uno,
justo el treinta y uno
yo la madrugué...
Me contó un vecino,
que la inglesa loca,
cuando vio la pieza
sin un alfiler,
se morfó la soga
de colgar la ropa
(que fue en el apuro,
lo que me olvidé...).

Si se ahorca no me paga las que yo pasé.

Era un mono loco
que encontré en un árbol
una noche de hambre
que me vio pasar.
me tiró un coquito...
¡yo que soy chicato...
me ensarté al oscuro
y la llevé al bulín!...
Sé que entré a la pieza
y encendí la vela,
sé que me di vuelta
para verla bien...
Era tan fulera,
que la vi, di un grito,
lo demás fue un sueño...
¡Yo, me desmayé!

La aguanté de pena
casi cuatro meses,
entre la cachada
de todo el café...
Le tiraban nueces,
mientras me gritaban:
"¡Ahí va Sarrasani
con el chimpancé"!...
Gracias a que el "Zurdo",
que es tipo derecho,
le regó el helecho
cuando se iba a alzar;
y la redoblona
de amurarme el uno
¡justo el treinta y uno
se la fui a cortar!

lunes, 17 de diciembre de 2012

Viajes (de Historias de cronopios y de famas)

Cuando los famas salen de viaje, sus costumbres al pernoctar en una ciudad son las siguientes: Un fama va al hotel y averigua cautelosamente los precios, la calidad de las sábanas y el color de las alfombras. El segundo se traslada a la comisaría y labra un acta declarando los muebles e inmuebles de los tres, así como el inventario del contenido de sus valijas. El tercer fama va al hospital y copia las listas de los médicos de guardia y sus especialidades.
Terminadas estas diligencias, los viajeros se reúnen en la plaza mayor de la ciudad, se comunican sus observaciones, y entran en el café a beber un aperitivo. Pero antes se toman de las manos y danzan en ronda. Esta danza recibe el nombre de "Alegría de los famas".
Cuando los cronopios van de viaje, encuentran los hoteles llenos, los trenes ya se han marchado, llueve a gritos, y los taxis no quieren llevarlos o les cobran precios altísimos. Los cronopios no se desaniman porque creen firmemente que estas cosas les ocurren a todos, y a la hora de dormir se dicen unos a otros: "La hermosa ciudad, la hermosísima ciudad". Y sueñan toda la noche que en la ciudad hay grandes fiestas y que ellos están invitados. Al otro día se levantan contentísimos, y así es como viajan los cronopios.
Las esperanzas, sedentarias, se dejan viajar por las cosas y los hombres, y son como las estatuas que hay que ir a verlas porque ellas ni se molestan.

domingo, 9 de diciembre de 2012

palestinos

                                              a leila, a jaled


      sus raíces carnales al aire claman a un cielo de napalm,
una bóveda roja de lobos devora los corderos celestes
de la antigua patria y patea las cenizas del hogar,
los niños arden entre sus brazos como teas.
Te has pasado de infiernos, señor, en mis
pies deambulan eras de pies trashumantes,
amo de este barrio sideral, jehová, deus, alá,
responde donde estés si es que estás, se acabaron
los desalojos del planeta, los inquilinos elegidos y los parias,
la tierra es de quien la sangra y todos caben bajo las uvas del sol,
dios quiera, dios, no te cuelguen el triste hatillo de los éxodos
y sepas cuánto pesa la cruz de tus errabundos,
esto será un carro de amor para todas las criaturas,
o hay mundo para todos o no hay mundo para nadie


                                                  

viernes, 28 de septiembre de 2012

Piedra negra sobre una piedra blanca

Me moriré en París con aguacero,
un día del cual tengo ya el recuerdo.
Me moriré en París —y no me corro—
tal vez un jueves, como es hoy, de otoño.

Jueves será, porque hoy, jueves, que proso
estos versos, los húmeros me he puesto
a la mala y, jamás como hoy, me he vuelto,
con todo mi camino, a verme solo.

César Vallejo ha muerto, le pegaban
todos sin que él les haga nada;
le daban duro con un palo y duro

también con una soga; son testigos
los días jueves y los huesos húmeros,
la soledad, la lluvia, los caminos...

domingo, 16 de septiembre de 2012

El imaginaria



El imaginaria camina entre las sombras que proyecta la doble hilera de camas ergarzadas unas sobre otras, va y viene por los pasillos, avanza entre las cabeceras de fierro con barrotes que parecen rejas y los cofres, que andá a saber por qué se los llama cofres si son armarios sin puertas adosados a las paredes laterales de la cuadra, con los estantes al descubierto, mostrando apiladas, en orden, las cosas de cada soldado. La noche es el momento propicio para reponer la caramañola que te desapareció. La noche es también el momento del descanso, pero se diría que se asemeja más a una tregua en la que quizá puede recuperarse el cuerpo pero no el alma. Porque al dormirte sos succionado por ese sueño laberíntico y pantanoso que repite las penurias del día. Te deslizás resbalando en ese abismo, cayendo y cayendo, con el vértigo secándote la lengua, sin poder agarrarte de nada. A veces, el imaginaria se frena y mira entre los barrotes de una cama a un soldado, que, como vos, ahoga el grito de la pesadilla. A veces, espía el jadeo y el sube y baja de un cuerpo bajo las frazadas. A veces se regocija cortándole la paja a alguno. A veces, se acerca a un insomne y se parapeta conversando con él en voz muy baja, y cuanto más baja más se escucha en el silencio, se pasan el cigarrillo, y la brasa es una luciérnaga roja que se aviva, en la penumbra, con cada pitada.
    El mejor turno de imaginaria es el primero. Después, le pegás al sueño de corrido. El último tampoco es malo. Sólo que después tenés que aguantar todo el día cabeceando, con los párpados que se te cierran, el cansancio pesándote en los reflejos y en la espalda. El peor turno es el penúltimo. Te corta la noche Y cuesta después volver a dormirse. Apenas cerraste los ojos, el silbato a diana te astilla el cerebro. Te incorporás en cámara lenta. Y todo el día será la antesala gomosa de esos milagrosos minutos en que vas a poder tirarte a descansar lejos del alcance de las órdenes. Trabajés en el taller de mantenimiento, en un depósito o en una oficina, vas a estar a la caza de esos minutos en los que te vas a tirar en el piso, o sentado vas a cruzar los brazos sobre las rodillas encogidas, apoyando la frente afiebrada para recobrar los fragmentos del sueño perdido en la noche. Si aprovechás esos paréntesis, bastan unos minutos de sueño para sentir, cuando te despertás, que te cambió momentáneamente la sangre.
    Pero si hay una imaginaria que todos quieren escabullir es la imaginaria en las muleras. Te subís las solapas del capote, te abrochás las orejeras del pasamontaña bajo la mandíbula y, con las manos congeladas en los bolsillos, atravesás el regimiento envuelto en la luz fantasmal de la nieve y trepás la escarpa hacia los establos. Hay cerca de ochenta mulas en cada establo. Están separadas por una larga división de madera con comederos a ambos lados. Una sola lamparita, en la entrada, queda encendida toda la noche. Todavía perdura en tu boca pastosa la saliva caliente del sueño. Pero no podés aflojar a la tentación de acurrucarte sobre unos fardos. En la tiniebla del establo, te encaramás por encima de los comederos y, con la ayuda de un palo, desparramás unos golpes sin ganas sobre los lomos inquietos. Si una mula se cae, las otras la patean. Una mula muerta es señal de que te dormiste en tu turno de imaginaria. Además, pensá, primero te van a masacrar en un baile, después te vas a comer el calabozo. Y, cuando salgas, seguirán las complicaciones de un sumario, te pondrán la mula a cargo y hasta que no terminen de descontártela del sueldo que nunca cobrás no te van a largar de baja. Te despabilás, descargás la bronca con el palo golpeando aquí y allá cuellos y ancas. Eso sí, no pierdas el equilibrio, no trastabilles. "Sooooo". Y otro palazo.
    Ahora el imaginaria de la cuadra se repliega en el fondo del galpón y, desde ese ángulo, contempla la perspectiva de patas y barrotes metálicos. La doble hilera de camas, con sus líneas verticales, imita una avenida tenebrosa con jaulas en vez de casas. Al imaginaria le sugiere el corredor de un penal. Escucha el silencio. Es una marea sorda y densa que anega sus oídos. A medida que camina por la cuadra pasa junto al rumor de una respiración acatarrada, un ronquido, un lamento, una tos. El imaginaria es una sombra entre las sombras. Puede estar a los pies de tu cama o en el otro extremo de la cuadra. Su olor es el tuyo, así como el olor de los otros es también tu olor. Un vaho tibio en el que se confunden sudores, alientos, flatulencias y poluciones. La tela áspera de la bolsa de rancho tiene el mismo olor nauseabundo que las frazadas. El mismo olor tiene tu camiseta que tu almohada. Y el mismo olor rancio exhalan los borceguíes cuando te los sacás. Afuera nieva. Y mientras siga nevando, ni miras de bañarse. Ya perdiste la cuenta del tiempo que llevás sin bañarte. Por lo menos, un mes y pico. Toda la higiene de la compañía se circunscribe a enjuagarse caras y manos con agua helada en los piletones. Los calzoncillos largos se paran solos de la mugre que tienen. Alrededor de las braguetas, la frisa vacila entre el ocre y el marrón. A algunos, la roña se le ha vuelto un musgo blanquecino alrededor del glande. Pero, cuando viene la noche, el agotamiento puede más que la mugre y los piojos. Nadie se gasta en rascarse. Los cuerpos se abandonan extenuados y comienzan a bracear en el barro cálido del sueño. En las sombras, la sombra del imaginaria revisa un cofre y saca algo.
    –¿Qué hacés, loco?–murmura un soldado, detrás, en una de las camas de abajo.
    –Me pareció que había una rata.
    –Si me llega a faltar algo mañana te rompo el culo.
    El imaginaria debe estar alerta y velar por el descanso de sus camaradas. Mis camaradas, piensa. Y se pregunta qué tiene él en común con el polaco Wasilevsky, ese al que nadie pasa ni cinco de bola porque estuvo preso por robo y estupro, básicamente, por la violación. O con el Topo, que traficaba cocaína en Monte Grande. O con Almirón, ese peón de estancia que se coje una oveja con la misma satisfacción que te rompe las falanges en una pulseada. Al caminar entre las camas, entre los cuerpos entregados al letargo, el imaginaria se demora en cada cama, constata quién duerme arriba y quién duerme abajo y se acuerda de sus nombres, de los datos que cada uno suministra sobre su historia y, comprueba de pronto que está solo en la noche, solo en el mundo, librado a su suerte y a la lucidez precaria del insomne. Por un instante, estar despierto le confiere una cierta superioridad. Es un pariente de Dios auscultando estos destinos entregados a sus sueños. Este poder es efímero. Y no le atenúa sentirse más solo que nadie en la tierra. Sus pensamientos se contagian de una melancolía punzante. Puede sentirla anudándole la garganta. Tiene un vacío en el estómago. Puede ser desesperación. Pero también es probable que sea hambre.
    Durante un rato se queda quieto, atisbando, hundido en sus ideas. Pero ahora vuelve a caminar, sigiloso. Porque el imaginaria, además de velar por el descanso de sus camaradas, tiene que registrar cualquier novedad e informarla. Pero no habrá ninguna novedad. A ningún soldado le conviene que se produzca una novedad en su imaginaria. De modo que sigue deslizándose entre las sombras con la cautela nerviosa de un gato, estudiando la oportunidad para conseguir antes del fin de su turno, ese cuchillo que le desapareció.

martes, 4 de septiembre de 2012

Poderoso caballero es don Dinero


Madre, yo al oro me humillo, 
Él es mi amante y mi amado,
Pues de puro enamorado
Anda continuo amarillo.
Que pues doblón o sencillo
Hace todo cuanto quiero,
Poderoso caballero
Es don Dinero.

Nace en las Indias honrado,
Donde el mundo le acompaña;
Viene a morir en España,
Y es en Génova enterrado.
Y pues quien le trae al lado
Es hermoso, aunque sea fiero,
Poderoso caballero
Es don Dinero.

Son sus padres principales,
Y es de nobles descendiente,
Porque en las venas de Oriente
Todas las sangres son Reales.
Y pues es quien hace iguales
Al rico y al pordiosero,
Poderoso caballero
Es don Dinero.

¿A quién no le maravilla
Ver en su gloria, sin tasa,
Que es lo más ruin de su casa
Doña Blanca de Castilla?
Mas pues que su fuerza humilla
Al cobarde y al guerrero,
Poderoso caballero
Es don Dinero.

Es tanta su majestad,
Aunque son sus duelos hartos,
Que aun con estar hecho cuartos
No pierde su calidad.
Pero pues da autoridad
Al gañán y al jornalero,
Poderoso caballero
Es don Dinero.

Más valen en cualquier tierra
(Mirad si es harto sagaz)
Sus escudos en la paz
Que rodelas en la guerra.
Pues al natural destierra
Y hace propio al forastero,
Poderoso caballero
Es don Dinero.

sábado, 1 de septiembre de 2012

La Atlántida


Cuando aquella vasta isla que los antiguos llamaban Atlántida comenzó a hundirse en el océano, los más sagaces de sus habitantes decidieron embarcarse y mudarse a otro continente. Lamentablemente sus barcos eran pequeños y bastó una sola tempestad para tragarse a todos los emigrantes. Pero la gran mayoría de los atlánticos se habían quedado en la isla; de hecho, todas las profecías preveían un gradual relevamiento del nivel de las tierras, y los isleños, como sucede a menudo, creían más en las profecías que en la realidad de lo que veían con los ojos y tocaban con la mano. Por eso, inundadas las llanuras costeras y amenazadas por las olas las primeras colinas, los periódicos atlánticos continuaban alentando a la población: "Hemos tenido una nueva confirmación, venida de las más altas esferas científicas de la isla, de que está prevista la progresiva elevación de la plataforma continental atlántica, cuyo movimiento parece haber sido tan repentino que ha arrastrado consigo las aguas del océano; esto explica el hecho de que éstas hayan alcanzado en algunas localidades un nivel falsamente preocupante. En la espera del retorno, sin duda inminente de las aguas geológicamente impelidas, los habitantes y animales sobrevivientes se han refugiado en las montañas que rodean a la capital. El gobierno ha tomado las medidas apropiadas para evitar este temporario peligro, mediante oportunos diques y barreras, mientras los sacerdotes amorosamente se ocupan de bendecir los restos flotantes".
Más subían las aguas, más optimistas se volvían los comunicados distribuidos por las agencias de noticias, más inminente era declarado el reflujo de la marea, con la consiguiente adquisición por parte del patrimonio nacional de nuevas e ilimitadas extensiones de tierra enriquecida por el fértil humus de milenios de vida submarina. Por eso nadie hizo nada, y cuando el último habitante, que era justamente el presidente del consejo, se encontró en la cima de la más alta montaña del país, con el agua al pecho, se oyó decir a los ministros que flotaban en torno suyo, cada uno aferrado a su propio escritorio: "Valor, excelencia, lo peor ya pasó".

lunes, 30 de julio de 2012

La dieta de la pitón


Se asomó entre las rejas y preguntó qué pasaba. El tipo de adentro se arrimó y dijo:
–Está cerrado.
–Ya veo. ¿Qué pasó?
El de adentro enarcó las cejas:
– ¿No leyó el diario? La pitón. Palmó la pitón.
–Uh... ¿Cómo fue?
–Los pendejos, ayer. Les tiran cualquier cosa a los animales. Un descontrol. Siempre, durante las vacaciones de invierno, pasa algo así. El año pasado, la jirafa grande terminó con esguince de rodilla: un palazo.
–Qué animales. Habría que enjaularlos a ellos.
–Es lo que yo digo.
– ¿Y con la víbora qué pasó?
–Se comió un guante de lana que le tiraron. Le cayó mal.
–Pero si esos bichos se comen ovejas enteras, con lana y todo.
–¿De dónde sacó eso?
–De El principito. ¿Se acuerda del dibujo?
El de adentro hizo un gesto desdeñoso:
–Era otro ofidio. La pitón es una serpiente fina, no le come cualquier cosa. Es asiática, y se alimenta nada más que con unos ratoncitos de Singapur, de los que hay allá.
–Como los panda.
–Son herbívoros los panda.
–Digo que los panda sólo comen bambú. Si no tenés bambú, cagaste, no podés tener pandas.
–Son importados.
– ¿Qué cosa?
–Los ratoncitos que le digo. Carísimos. Y ahora más.
– ¿Los traen de allá?
–Traían, pero cerraron la importación, con este hijo de puta de Moreno y las restricciones a la salida de divisas... Le empezaron a dar cuises.
– ¿Cuises?
El de adentro asintió con un gesto de desaprobación:
–Dicen que es lo mismo. “Sustitución de importaciones”, dicen. Pero así el bicho se desorienta con la dieta y terminan pasando estas cosas. Cuando estaba el Ruso acá esto no pasaba.
– ¿Qué Ruso?
–El que puso el Turco.
–Ah, sí... ¿Pero ése qué sabía de animales?
–Por lo menos de gatos sabía.
Festejaron levemente los dos.
–Ahora... no entiendo –dijo el de afuera, como en confianza–. ¿Acá cada vez que se les muere un bicho de mierda cierran por duelo?
–No. En realidad hay paro de personal porque quisieron sancionar al cuidador del serpentario. Acá hacen huelga por cualquier boludez: ahora piden más gente. Un cuidador cada tres animales. Son tremendos los municipales.
–Así estamos. Prisioneros de los gremios.
–El año pasado, durante la toma del zoológico, se comieron un par de maras, esas que ve ahí, las liebres patagónicas. Se hicieron un asado. Una vergüenza.
–Y nadie hace nada.
–Qué van a hacer.
–Cada dos por tres cortan la calle.
–Flor de quilombo cortar acá, en Plaza Italia.
–No. Adentro, que es peor. Por ejemplo, te cortan la principal y el sendero que va a la parte de los monos o el elefante, que es lo que la gente más viene a ver.
–Y aprovechan los fines de semana, seguro, cuando viene más público.
–Claro. Ahora, con lo de la pitón, va a ser otro asunto de nunca acabar.
– ¿Por?
–La burocracia. Están los de Sanidad Animal, los de la Sociedad Protectora de Animales que rompen las bolas. Hubo que hacer una autopsia. Un animal occiso en circunstancias irregulares genera mucho papeleo. El caso está caratulado como “muerte de ofidio por ingestión de objeto extraño”.
–¿Y qué hicieron con la pitón?
–La abrieron y le sacaron el guante. Es de mujer, de colores, de esos sin dedos. Y hay quien pide hacer una prueba de ADN.
–¿Para?
–Identificar al o a la responsable.
–¿Y qué le pueden hacer?
–No es un delito, aunque creo que debería. Es una contravención, una violación del código de faltas, y seguro que le cabe una buena multa, e incluso se le puede prohibir la entrada por un mínimo de seis meses y un máximo de tres años.
–Está bien.
–Claro que sí. A propósito, y ya que lo nombró: ¿sabe quién es el autor de El principito?
–Saint-Exupéry.
–No. Es Maquiavelito.
–Ah... Qué chiste más tonto...
–Je.
El de adentro se alejó unos pasos y el otro lo detuvo:
–Oiga, ¿y usted qué hace?
–Nada, estoy acá todo el día.
– ¿Y no se aburre?
–Bastante. Suerte que cada tanto cae algún boludo que no sabe que el zoológico no abre los lunes.

sábado, 28 de julio de 2012

El lobo


Nunca en las montañas francesas había habido un invierno tan terriblemente frío y largo. Hacía semanas que el aire se mantenía claro, áspero y helado. Durante el día, los grandes campos de nieve de un blanco mate yacían inclinados e interminables bajo el cielo estridentemente azul; de noche pasaba por encima de ellos; una luna gélida, de un brillo amarillento, la personificación misma de la helada. Los hombres evitaban todos los caminos y sobre todo, las alturas; apáticos y llenos de maldiciones, permanecían en las cabañas de sus aldeas, cuyas ventanas, enrojecidas, brillaban y se extinguían junto a la luz de la luna.
Eran tiempos difíciles para los animales de la región. Los más pequeños perecían helados en gran cantidad; también los pájaros sucumbían a la helada, y los flacos cadáveres servían de botín a los azores y a los lobos. Pero también éstos pasaban tremendas penalidades a causa del frío y el hambre.  Sólo unas pocas familias de lobos habitaban el lugar, y la necesidad los empujó a estrechar los vínculos. Se pasaron días andando solos. Aquí y allá, uno de ellos avanzaba por la nieve, flaco, hambriento y al acecho, silencioso y esquivo como un fantasma. Su delgada sombra se deslizaba junto a él por la nevada superficie. Tendía al viento, husmeando, su hocico puntiagudo, y dejaba oír
de vez en cuando un aullido seco y atormentado. Pero por la noche se juntaban todos y rodeaban las aldeas con roncos aullidos. En ellas, el ganado y las aves de corral estaban a buen recaudo, y, tras los sólidos postigos, había
carabinas apoyadas en la pared. Pocas veces obtenían un pequeño botín, por ejemplo, un perro, y habían sido ya abatidos dos miembros de la manada.
El frío persistía. A menudo, los lobos yacían juntos, silenciosos y ensimismados, dándose calor unos a otros, y acechaban ansiosos el yermo sin vida, hasta que uno, atormentado por los crueles martirios del hambre, saltaba de pronto con tremendos aullidos. Los demás volvían entonces sus hocicos hacia él y estallaban todos juntos en un alarido terrible, amenazador y plañidero.
Finalmente, la parte más pequeña de la manada se decidió a emigrar. De madrugada, abandonaron sus guaridas, se reunieron y, llenos de miedo y excitación, husmearon el aire helado. Luego partieron con un trote rápido y regular. Los que se quedaban los siguieron con unos ojos muy abiertos y vidriosos, trotaron tras ellos algunas decenas de pasos, se detuvieron indecisos y desconcertados, y regresaron lentamente a las guaridas vacías.
Los emigrantes se separaron al llegar el mediodía. Tres de ellos se dirigieron al Este, hacia el Jura suizo, y los demás continuaron hacia el Sur. Los tres primeros eran unos animales hermosos y fuertes, pero terriblemente enflaquecidos. El vientre estrecho y de color claro era delgado como una correa; las costillas sobresalían de un modo lamentable; las fauces estaban secas, y los ojos, abiertos y desesperados.
Los tres penetraron juntos en el Jura, y al segundo día cazaron un carnero; al tercer día, un perro y un potro; pero se vieron acosados furiosamente por todas partes por la población campesina. En la comarca, abundante en pueblecitos y pequeñas ciudades, cundió el pánico ante aquellos intrusos inesperados.
Los trineos del correo fueron armados, y nadie podía ir de un pueblo a otro sin fusil. En la región desconocida, después de un botín tan bueno, los tres animales se sentían a la vez cómodos y amedrentados; se volvieron más temerarios que nunca y penetraron en pleno día en el establo de una hacienda. Bramidos de vacas, de caballos y jadeos anhelantes llenaron el espacio cálido y angosto. Pero esta vez hubo gente que intervino. Se puso precio a los lobos y esto redobló el valor de los campesinos. Dos de ellos sucumbieron; uno con el cuello atravesado por una bala de un fúsil; el otro, abatido a hachazos.
El tercero escapó y corrió hasta caer medio muerto en la nieve. Era el más joven y hermoso de los lobos, una bestia orgullosa, de enorme fuerza y formas esbeltas. Permaneció largo tiempo jadeante en el suelo. Círculos de un rojo sangriento flotaban en remolino ante sus ojos, y de vez en cuando lanzaba un doloroso gemido sibilante. Un hachazo le había alcanzado el lomo. Pero se recuperó y pudo volver a levantarse. Sólo entonces se dio cuenta de lo mucho que se había alejado. No se veían seres humanos ni edificios por parte alguna.
Muy cerca se alzaba una gran montaña cubierta de nieve. Era el Chasseral. Decidió rodearla. Como le atormentaba la sed arrancó pequeños bocados de la dura costra helada de la nevada superficie.
Al otro lado de la montaña se encontró en seguida con una aldea. Caía la noche Esperó en un espeso bosque de abetos. Después se deslizó con precaución alrededor de los vallados, siguiendo el olor a establos calientes.
No había nadie en la calle. Con temor y codicia, anduvo parpadeando por entre las casas. Sonó un disparo. Levantaba la cabeza y tomaba impulso para echar a correr, cuando estalló un segundo disparo. Le había alcanzado. Su vientre blanquecino aparecía manchado de sangre en uno de los flancos, y la sangre caía en gruesas gotas persistentes. No obstante, consiguió escapar a grandes saltos y alcanzar el bosque del otro lado de la montaña. Allí esperó unos instantes al acecho y oyó voces levantó los ojos hacia la montaña. Era escarpada, boscosa y de
difícil ascenso. Pero no había otra alternativa. Jadeante, abajo, una confusión de blasfemias, órdenes y luces de linternas se extendía a lo largo de la montaña. El lobo herido se enfilaba tembloroso a través del bosque de abetos en la penumbra, mientras la sangre parduzca iba goteando lentamente de su flanco.
El frío había disminuido. Al Oeste, el cielo aparecía vaporoso y parecía anunciar una nevada.
Al fin, el agotado animal llegó a la cumbre. Estaba sobre una gran extensión nevada, ligeramente inclinada, cerca del Mont Crosin, muy por encima de la aldea de la que había escapado. No tenía hambre, pero sentía un dolor persistente y apagado que le venía de la herida. Un ladrido ronco y enfermizo salía de su hocico colgante; el corazón le palpitaba de un modo pesado y doloroso, y sentía la mano de la muerte oprimiéndole como una carga indeciblemente díficil de soportar. Le atraía un abeto de ancho ramaje, separado de los demás. Allí se sentó y dirigió una mirada turbia a la terrible noche nevada.
Pasó media hora. Entonces cayó sobre la nieve una luz de un rojo tenue, suave, extraña.
El lobo se incorporó con un gemido y volvió la hermosa cabeza hacia la luz. Era la luna que, gigantesca y roja como la sangre, salía por el Sureste y se alzaba lentamente en el cielo turbio. Hacía muchas semanas que no había sido tan grande y roja. Los ojos del animal agonizante se clavaban tristemente en el opaco disco lunar, y nuevamente un débil aullido resonó con un estertor, sordo y doloroso, en la noche.
Se aproximaron pasos y luces. Campesinos embutidos en gruesos capotes, cazadores y jóvenes con gorros de piel y pesadas polainas, venían pisando la nieve. Sonaron gritos de júbilo. Habían descubierto el lobo moribundo; dispararon contra él dos tiros, que no dieron en el blanco. Luego vieron que se estaba muriendo, y cayeron sobre él con palos y estacas. Pero él ya no sentía nada.
Con los miembros destrozados, lo bajaron arrastrándole hasta St. Immer. Reían, se ufanaban, se prometían unos buenos vasos de aguardiente y café, cantaban, renegaban. Ninguno de ellos veía la belleza del bosque nevado,
ni el brillo de las cumbres, ni la luna roja que flotaba sobre el Chasseral  y cuya luz tenue se reflejaba en los cañones de sus fusiles, en los cristales de la nieve y en los ojos vidriosos del lobo muerto. 

miércoles, 25 de julio de 2012

Domingo

Abrió la heladera. Observó que había comida y bebidas, al menos para pasar esa noche.
Después miró a su alrededor, la única habitación completamente en desorden. Sabía que quedaba un poco de coca, y marihuana en la cigarrera de metal. Serviría para dormir, cuando llegara el momento.
Tenía  también asuntos pendientes en los que podría pensar, un par de libros en los anaqueles, y varias películas para elegir. Y sus discos de jazz y de Leonard Cohen, y hasta una mujer, supuso, si quisiera tenerla. Era cuestión de una llamada.
Pensó que no debería preocuparse tanto. Después de todo, sólo era un domingo más.
Luego volvió a cerrar la ventana, abandonando la idea de tirarse.

martes, 24 de julio de 2012

Cuadro gaucho

Sobre un pingo de mi flor,
-zaino oscuro, parejero-,
y luciéndole el apero
con más plata que un primor,
cruza Orozco, el payador,
al tranquito, la lomada;
lleva a la espalda terciada,
como una prenda que adora,
la guitarra vibradora,
bajo el poncho resguardada.

jueves, 19 de julio de 2012

Lluvia

En Lima...en Lima está lloviendo
el agua sucia de un dolor
qué mortífero. Está lloviendo
de la gotera de tu amor.

No te hagas la que estás durmiendo,
recuerda de tu trovador;
que yo ya comprendo...comprendo
la humana ecuación de tu amor.

Truena en la mística dulzaina
la gema tempestuosa y zaina,
la brujería de tu "si".

Mas, cae, cae el aguacero
al ataúd de mi sendero,
donde me ahueso para ti...


sábado, 7 de julio de 2012


Me inicié en la literatura un día de 1936, a los siete años, cuando la maestra nos dijo que escribiéramos una composición tema: “Mi madre”.
Muchas cosas me vinieron a la cabeza, pero no podía escribir nada. Entonces observé que mis compañeros escribían con una enorme facilidad y tuve ganas de llorar: yo era un chico de la calle, me costaba mucho expresarme y era el menos aplicado de todos. De golpe, sentado frente a la hoja en blanco pude ver a mi madre. Caminaba por un inmenso mercado repleto de verduras, frutas y flores, un mercado donde se oían las voces de quienes compraban y vendían, voces como de fiesta.
En medio de todo eso, veía a mi hermosa y joven mamá que, aunque éramos muy pobres en aquella época de crisis, siempre compraba un ramo de flores, un pequeño y muy humilde
ramo de flores. La cabeza se me pobló de imágenes; veía las mudanzas de mi familia que deambulaba de barrio en barrio durante la década del treinta.
Y todo eso se me vino de golpe en una sola metáfora de lo que era mi vida a los siete años.
Y cuando vi la hoja en blanco, ese papel blanco que todo escritor teme y desea a la vez, yo escribí simplemente: “Mi mamá compra flores”.
Esa era mi composición.
Solamente pude escribir esas cuatro palabras.
La maestra, que seguramente no conocía la pedagogía moderna –que se debía estar inventando en ese preciso momento- me puso un bonete de burro y me dijo: “Nunca en la vida podrás escribir, ni siquiera una carta”.
Ese día, ese preciso día, decidí ser escritor.

miércoles, 4 de julio de 2012

A Carlitos Chaplin

Más triste que en un florero,
colgante y mustia, una rosa,
más triste que en jaula hermosa
encontrar muerto un jilguero.
Más que noche sin lucero,
más que tarde cuando llueve,
mano falsa o beso aleve,
más triste que todo, en fin,
la galera de Chaplin
abandonada en la nieve.

sábado, 30 de junio de 2012

miércoles, 27 de junio de 2012

Lugar

A la mañana paso
cerca de un sitio rodeado de muros
altos grises tristes sucios
de carteles, de vote lista azul
un día miro adentro
es una villa miseria.
Gente
más gente.
Vestida de tela barata
desnuda de felicidad.
Una chica me ofrece limones
"cien la docena, compremé".
Tiene trece años, más o menos
mi edad.
Un almacén ruinoso,
con ratas, con sucieda,
con microbios funestos.
Es un sitio rodeado de muros
sucios de crímenes humanos
que son sólo nuestros.

martes, 26 de junio de 2012

La oveja negra

En un lejano país existió hace muchos años una Oveja negra. Fue fusilada. Un siglo después, el rebaño arrepentido le levantó una estatua ecuestre que quedó muy bien en el parque. Así, en lo sucesivo, cada vez que aparecían ovejas negras eran rápidamente pasadas por las armas para que las futuras generaciones de ovejas comunes y corrientes pudieran ejercitarse también en la escultura.

domingo, 10 de junio de 2012

El vino del estío (fragmento)


-VIII-
 Sacó una libreta de tapa gris amarillenta. Sacó un lápiz amarillo. Abrió la libreta. Pasó la lengua por la punta del lápiz. — Tom -dijo-, tú y tus estadísticas me han dado una idea. Llevaré cuenta de las cosas. Por ejemplo, ¿notaste que todos los veranos repetimos cosas del verano anterior?— ¿Como qué, Doug?— Como hacer vino, como comprar zapatos tenis, como lanzar el primer cohete del año, como hacer limonada, como clavarnos astillas en los pies, como recoger moras silvestres. Todos los años lo mismo. Esto es la mitad del verano, Tom.— ¿Y la otra mitad?— Cosas que hacemos por primera vez.— ¿Como comer aceitunas?— Más importantes. Como descubrir que el abuelo o papá quizá no lo saben todo. — ¡Saben lo que se puede saber! ¡No lo olvides!— Tom, no discutas. Ya lo he anotado bajo DESCUBRIMIENTOS - Pero no es un crimen. He descubierto eso, también.— ¿Qué otras locuras tienes ahí?— Estoy vivo.— ¡Eh, eso es viejo!— Pensarlo, notarlo, es nuevo. Uno hace cosas sin pensar. De pronto miras y ves qué estás haciendo, y es la primera vez, realmente. Voy a dividir el verano en dos partes. La primera parte de esta libreta se titula: RITOS Y CEREMONIAS. La primera cerveza agria del año. La primera vez que uno corre con los pies desnudos por la hierba. El primer baño en el lago. La primera sandía. El primer mosquito. La primera cosecha de dientes de león. Aquí, como dije, están los DESCUBRIMIENTOS Y REVELACIONES, o quizá ILUMINACIONES (una palabra hermosa), o quizá INTUICIONES. En fin, haces algo viejo y familiar, como embotellar vino, y lo pones bajo RITOS Y CEREMONIAS. Y luego piensas, y pones lo que piensas, aunque sea una locura, bajo DESCUBRIMIENTOS Y REVELACIONES. Mira lo que puse del vino: Cada vez que lo embotellas, guardas un buen pedazo de 1928. ¿Qué te parece, Tom?— No pude seguirte. — Te mostraré otra cosa. Bajo CEREMONIAS: Primera paliza de papá en el verano de 1928la mañana del 24 de junio. Y en REVELACIONES escribí: "Los mayores y los chicos siempre pelean porque son de raza distinta" y "Las paralelas nunca se encuentran", ¡Fúmate eso, Tom!— ¡Doug, es cierto, es cierto! Por eso no nos entendemos con mamá y papá. ¡Dificultades, siempre dificultades, del desayuno a la cena! ¡Doug, eres un genio!— Cada vez que hagas algo repetido en estos meses, dímelo. Piensa luego, y dime eso también. Cuando llegue setiembre, sumaremos las cosas del verano y veremos qué descubrimos. — Tengo una estadística para ti, ahora mismo, Doug. Toma el lápiz. Hay cinco billones de árboles en el mundo. Debajo de cada árbol hay una sombra, ¿no es cierto? Bueno, ¿por qué hay noches? Te lo diré: ¡sombras que salen de debajo de cinco billones de árboles!¡Piénsalo! Sombras que corren por el aire, que emborronan las aguas, podrías decir. Si pudiéramos descubrir un modo de guardar esos cinco malditos billones de sombras bajo los árboles, podríamos quedarnos levantados la mitad de la noche, Doug, ¡pues no habría noche! Ahí tienes, algo viejo, algo nuevo. — Es algo viejo y nuevo, realmente. -Douglas pasó la lengua por el lápiz, con ese nombre, Ticonderoga, que tanto le gustaba:- Dilo otra vez.— Sombras bajo cinco billones de árboles...

viernes, 1 de junio de 2012

El puñal


En un cajón hay un puñal.
Fue forjado en Toledo, a fines del siglo pasado; Luis Melián Lafinur se lo dio a mi padre, que lo trajo del Uruguay; Evaristo Carriego lo tuvo alguna vez en la mano.
Quienes lo ven tienen que jugar un rato con él; se advierte que hace mucho que lo buscaban; la mano se apresura a apretar la empuñadura que la espera; la hoja obediente y poderosa juega con precisión en la vaina.
Otra cosa quiere el puñal.
Es más que una estructura hecha de metales; los hombres lo pensaron y lo formaron para un fin muy preciso; es, de algún modo eterno, el puñal que anoche mató un hombre en Tacuarembó y los puñales que mataron a César. Quiere matar, quiere derramar brusca sangre.
En un cajón del escritorio, entre borradores y cartas, interminablemente sueña el puñal con su sencillo sueño de tigre, y la mano se anima cuando lo rige porque el metal se anima, el metal que presiente en cada contacto al homicida para quien lo crearon los hombres.
A veces me da lástima. Tanta dureza, tanta fe, tan apacible o inocente soberbia, y los años pasan, inútiles.

martes, 29 de mayo de 2012

La pequeña brigada


La pequeña brigada avanza.
¿Hemos oído la guerra, hermanos?
¿Hemos visto la guerra, hermanos?
La pequeña brigada avanza.
La cabeza quedó colgada
como una fruta del alambre.
Somos la pequeña brigada.
Somos el sueño, la sed, el hambre.
Por el ruido de los obuses
los oídos reventarán
y nos romperán y nos sepultarán
en áridas tierras sin cruces.
Como en la noche de San Juan
se abren brazos de luz que arrojan
sombreros de fuego y de hierro.
Tenemos un hambre de perro.
Nos enloquece la fiebre roja.
Del otro lado, en la trinchera
enemiga, también están
la sed, el hambre, el sueño. Espera
tu sucio pedazo de pan.
Doctores de la guerra, villanos,
la granada está por caer
y tenemos tintas las manos
en sangre del amanecer.
Vuestros hijos, también villanos,
jamás os podrán suceder.
Seremos hermanos, hermanos,
algún día tendrá que ser.
¿Nosotros hemos visto la guerra?
Avanza la pequeña brigada.
¿Nosotros hemos oído la guerra?
En la maraña de la picada.
Como cadáveres afilados,
lívidos, de dos en dos,
vamos caminando sin Dios
con los cráneos agujereados.  

lunes, 28 de mayo de 2012

Ejemplo

La mariposa volaba entre los autos,
Marie José me dijo: ha de ser Chuang Tzu,
de paso por Nueva York.
                                 
                                         Pero la mariposa
no sabía que era una mariposa
que soñaba ser Chuang Tzu

                                          O Chuang Tzu
que soñaba ser una mariposa.

La mariposa no dudaba:
                                          volaba

lunes, 14 de mayo de 2012

A primera vista

Verse y amarse locamente fue una sola cosa. Ella tenía los colmillos largos y afilados. Él tenía la piel blanda y suave: estaban hechos el uno para el otro.

lunes, 7 de mayo de 2012

Conveniencias

Tras una oportuna llamada de advertencia, la grúa se lleva al desguace el vetusto coche estacionado durante meses en el mismo sitio. El vecino del tercero se apresura a ocupar la plaza vacía con su furgoneta. La señora del bajo se alegra de no tener que ver más esa cochambre frente a su puerta. La anciana de enfrente, aunque apenada, admite que el automóvil de su difunto esposo ya no podía seguir allí. Y el pandillero del ático, satisfecho, se regodea pensando en que el cuerpo que escondió en el maletero, será pronto un amasijo prensado entre la chatarra.

viernes, 4 de mayo de 2012

La voz a ti debida


Tú vives siempre en tus actos. 
Con la punta de tus dedos 
pulsas el mundo, le arrancas 
auroras, triunfos, colores, 
alegrías: es tu música. 
La vida es lo que tú tocas. 

De tus ojos, sólo de ellos, 
sale la luz que te guía 
los pasos. Andas 
por lo que ves. Nada más. 

Y si una duda te hace 
señas a diez mil kilómetros, 
lo dejas todo, te arrojas 
sobre proas, sobre alas, 
estás ya allí; con los besos, 
con los dientes la desgarras: 
ya no es duda. 
Tú nunca puedes dudar. 

Porque has vuelto los misterios 
del revés. Y tus enigmas, 
lo que nunca entenderás, 
son esas cosas tan claras: 
la arena donde te tiendes, 
la marcha de tu reloj 
y el tierno cuerpo rosado 
que te encuentras en tu espejo 
cada día al despertar, 
y es el tuyo. Los prodigios 
que están descifrados ya. 

Y nunca te equivocaste, 
más que una vez, una noche 
que te encaprichó una sombra 
-la única que te ha gustado-. 
Una sombra parecía. 
Y la quisiste abrazar. 
Y era yo.

martes, 13 de marzo de 2012

Digo la tonada

El idioma nos vino con las naves,
sobre arcabuces y metal de espada,
cabalgando la muerte y destruyendo
la memoria y el quipo del Amauta;
fue contienda también la del Idioma,
dura guerra también, sorda batalla,
entre un bando de oscuros ruiseñores
con su pico de sierpe acorazada
y zorzales y tímidas bumbunas
que la voz y la sangre circulaban
del abuelo diaguita o michilingue
con persistencia de remota llama;
rotas fueron las voces ancestrales,
perseguidas, mordidas, martilladas
por un loco rencor sobre la boca
del hombre inerme y la mujer violada.

Y el Idioma triunfó, los ruiseñores
de Castilla vencieron, la calandria
cuya voz era tierra, barro nuestro,
son y zumo de tierra americana
de repente calló cuando los hierros
agrios del odio en su dolor de fragua
le marcaron el pecho que gemía
y segaron la luz de su garganta...

Pero la lucha prosiguió en la sombra,
una guerra de acentos y palabras,
de fugitivas voces y vocablos
con las venas sangrantes que buscaban
refugiarse en la frente o esconderse
en la nocturna claridad del alma
perdiendo expresión y contenido,
la sonora raíz, la leve gracia,
el poder bautismal y la semilla
para ser sólo la sutil fragancia
que nos sella la voz con el anillo
popular y común de la tonada:


Yo entrecierro los ojos y la escucho
venir y llegar hasta mi almohada
como un largo rumor de caracola,
como memoria de mujer descalza,
como llega la música en la brisa
si la brisa es arroyo de guitarra;
y la siento volar en la tertulia
de labio en labio, mariposa mansa,
suave cuerda que vibra, quena sorda,
o fugaz sugerencia de campana;
y la escucho en la voz que me despierta
con el mate y su luz en la mañana
cuando el sol es un padre que nos dona
el reciente verdor de la esperanza;
y la escucho en un niño que transita
por el sendero que trazó la cabra
y me grita: ¡Buen día! y me conforta
con la sonrisa de su alegre cara;
de repente la siento que rodea
mi corazón como una mano blanda
si la voz de la madre o de la esposa
se florece con íntimas palabras;
alguna noche la escuché en Rosario
en la voz de una joven que pasaba
y eso sólo bastó para que viera
amanecer los cerros del Conlara;
y otra noche la oía en Buenos Aires,
en muchedumbre de no se qué plaza,
sobre un grito vibrante que decía
titulares de prensa cuotidiana;
cómo es dulce sentirla cuando llega
desde una boca de mujer besada
con el "sí" suspirado que promete
una cálida rosa para el ansia;
y la escucho sonar entre los niños
de un pueblecito que se dice Larca
mientras mueven las manos en el juego
escolar y rural de la payana;
y la siento rezar en el velorio,
y saltar en el arco de la taba,
y volverse puñal en el insulto
y suspirar en la recién casada.


Dondequiera que esté yo la escucho
y tras ella regreso a la comarca
donde soy una piedra, una semilla,
una nube y un pájaro que canta...

No tenemos bandera que nos cubra
tremolando en el aire de la plaza,
ni canción que nos diga entre los pueblos
cuando suene el clarín, y la proclama
desanude las últimas cadenas
y destruya el alambre y la muralla,
pero tenemos esta luz secreta,
esta música nuestra soterrada,
este leve clamor, esta cadencia,
este cuño solar, esta venganza,
este oscuro puñal inadvertido
este perfil oral, esta campana,
este mágico son que nos describe,
esta flor en la voz: nuestra Tonada.

domingo, 5 de febrero de 2012

Palabras

Me borré el doctor
hace mucho tiempo.

Borré la inicial
de mi nombre feo.

No quiero ser nada
ni malo ni bueno.

Un pájaro pardo
perdido en el viento.

lunes, 23 de enero de 2012

Ingenieros y el examen

Ingenieros le pregunta a un alumno, a quemarropa, en la mesa de exámenes: '¿Usted cree que la Tierra es redonda?'
El alumno, trémulo, halló ánimo para contestar: 'Sí.'
'¿Y usted cree también que la Tierra gira alrededor del sol?', continuó Ingenieros con violencia creciente.
La víctima, aterrada, hizo temblando un gesto afirmativo.
'Y entonces' -tronó Ingenieros, dando un golpe sobre la mesa-, '¿cómo no se cae?, ¡explíqueme cómo no se cae el mundo!'
Frente a la terrible angustia, el verdugo cambió bruscamente de tono y, con voz suave, tendió el salvavidas al náufrago: '¿Ha visto usted alguna vez un mapa?' 'Sí, señor.' '¿Y ha notado usted unas líneas que marcan la latitud y la longitud en el mapa?' 'Sí, señor.'
Cada vez más sonriente y cordial Ingenieros se levantó a estrechar la mano del que resucitaba. 'Esas líneas son los alambres que están sosteniendo al mundo.' Después de lo cual le puso la clasificación más alta, mientras explicaba a los otros profesores: 'Este, por lo menos, contesta cuando sabe y cuando no sabe se calla'.

jueves, 19 de enero de 2012

El misterioso esqueleto de pecera

Mi primer encuentro con la muerte no fue el paso de un cortejo fúnebre ni el cajón desolado de un velorio familiar, sino un esqueleto pequeño, pero no por eso menos perturbador, en el fondo de una pecera. Mi padre, que era un piscicultor bastante desenfrenado, tenía en su campo, a dos horas de la ciudad, un gran piletón lleno de peces, pero igualmente, para vigilar de cerca a sus reproductores, había sembrado también de peceras nuestra casa. Las construía él mismo, con vidrios muy gruesos y un pegamento especial, de una manera casi industrial, que no condescendía a ningún adorno. Sin embargo, había una, la más antigua, que estuvo desde siempre en el comedor de nuestra casa. Tenía rebordes de hierro, una lámpara que la iluminaba durante toda la noche, un fondo de arena con una estrella de mar, unas algas que ondulaban eternamente y allí, a medias hamacado por las algas, a medias enterrado en la arena, estaba el esqueleto diminuto y blanquecino, con sus huesitos delicadamente articulados, que las ondas del agua o el cruce rápido de los peces ponían a veces en movimiento. Cada tanto, a la noche, mi padre nos reunía a los cuatro hermanos y nos hacía mirar por turno el esqueleto con una lupa a través del vidrio. "Miren bien", nos decía, "es noche de luna llena, por eso Calchitruz empieza a sonreír". Era la introducción a la historia. No era el nuestro el esqueleto de un náufrago en un cuento canónico de piratas, sino del verdadero cacique Calchitruz, el hermano rebelde de Ceferino Namuncurá, el cacique indómito que no acepta ni la religión ni la paz del hombre blanco y se interna en el sur de la pampa para seguir peleando. En la historia, que ya no podría reconstruir ahora, había una persecución encarnizada, combates de distinta suerte, flechas envenenadas, cautivas, cabezas llevadas en vilo en la punta de una lanza. Finalmente, los últimos guerreros de Calchitruz son derrotados y el cacique, malherido, escapa solo y a pie entre los montes, porque han matado también a su caballo. Ya agonizante, se arrastra hasta un bebedero. Es el bebedero del campo de mis abuelos y allí lo encuentra mi padre, cuando apenas tenía doce años y bajaba en la tarde a juntar las vacas. Calchitruz le habla primero en mapuche y después en un español de pocas palabras. Sólo una cosa le pide: que no se encuentre nunca su cuerpo. Que lo oculte a todos, para que sus hermanos indios todavía crean que sigue peleando. Junto al bebedero estaba ya el gran piletón circular, donde mi padre criaba sus primeros peces. Calchitruz le hace una seña, como si aquél fuera el lugar destinado, y le dice, con el último aliento, que hará un maleficio para que nadie pueda arrancarlo de allí. Levanta dos dedos, murmura algo más en mapuche y queda exánime. Con gran esfuerzo mi padre alza y hunde el cuerpo en el piletón, y no se anima a bajar en los días siguientes. Cuando oscurece, y cada día al despertar, piensa en el alimento extraño y novedoso que están recibiendo sus peces. Hasta que una noche de luna llena escucha en el monte ruidos de caballo. Sale de la casa y, escondido entre los árboles, distingue una partida del ejército guiada por un baqueano, que llega hasta el piletón. Bajo la luz de la luna ve que sacan del agua el esqueleto chorreante y lo atan a uno de los caballos. Se trepa a un árbol y alcanza a distinguir a lo lejos, cuando están por desaparecer en el declive de una hondonada, un resplandor extraño, como un latido blanco en la noche. El resplandor no se extingue, y finalmente mi padre se decide a ir hasta la hondonada. Toda la partida está en el claro, petrificada. Sólo que ya no son más hombres y caballos, sino esqueletos. Esqueletos de jinetes sobre esqueletos de caballos. El resplandor, que alumbra la escena detenida, es el reflejo de la luna sobre los huesos desnudos. En este punto mi padre apagaba la luz de la lámpara. Dentro de la pecera, en el fondo repentinamente oscuro, como un asentimiento que lo confirmaba todo, el esqueleto emitía una luz débil y espectral. Mis hermanas mayores reían y empezaba la ronda de impugnaciones. No era cierto que Calchitruz ni ningún indio hubiera llegado a su campo. Claro que sí, respondía con tranquilidad mi padre, y nos mostraba unas fotos de morteros y puntas de flecha encontradas junto al bebedero, que nuestro abuelo había donado al museo de la ciudad. ¿Y cómo era posible que el esqueleto tuviera ese tamaño? Aquello había sido lo más difícil, admitía mi padre. Le había llevado varios años de trabajo en su laboratorio. La técnica la había aprendido de otros indios que reducían cabezas. Nos mostraba entonces las láminas de una enciclopedia, con cabezas horribles y diminutas. Se le había ocurrido aquella idea cuando tuvo que mudarse a la ciudad. Ahora podía cuidar de que nadie tratara otra vez de apoderarse del esqueleto de Calchitruz. Es mentira, mentira, chillaban mis hermanas, es un esqueleto de plástico. Los esqueletos de plástico no tienen esta 1uz, decía imperturbable mi padre, pero si no me creen, pueden hacer la prueba de sacarlo del agua. Quedábamos entonces los cuatro en suspenso. ¿Cómo? ¿Nadie se anima? El que reía ahora era mi padre. Bueno, entonces vamos a darles a los peces su comidita preferida.

viernes, 6 de enero de 2012

Gente

Hay gente que con sólo decir una palabra
enciende la ilusión y los rosales;
que con sólo sonreír entre los ojos,
nos invita a viajar por otras zonas,
nos hace recorrer toda la magia.

Hay gente que con solo dar la mano,
rompe la soledad, pone la mesa,
sirve el puchero, coloca las guirnaldas;
que con solo empuñar una guitarra
te regala una sinfonía de entrecasa.

Hay gente que con solo abrir la boca,
llega hasta los límites del alma,
alimenta una flor, inventa sueños,
hace cantar el vino en las tinajas.
Y se queda después como si nada.

Y uno se va de novio con la vida,
desterrando una muerte solitaria,
pues sabe que a la vuelta de la esquina,
hay gente que es así, tan necesaria.

martes, 3 de enero de 2012

El petardo

Hace ya muchos años leí unas memorias de infancia de Walter Benjamín, en las que el filósofo se quejaba de que en las ciudades modernas no había sitios donde perderse. Yo podría contradecirlo en una multitud de ocasiones. Sin ir más lejos, el 31 de diciembre de 2005, por la tarde. Debía retirar una encomienda de una sucursal que la aduana tiene sobre la calle Comodoro Py. Decidí caminar y en un momento descubrí que las calles y las veredas dejaban de resultarme familiares. No me refiero a sus nombres y numeraciones, que jamás he logrado memorizar ni intuir, sino a la mera forma del paisaje. Retiro, como Colegiales, o la calle Florida, poseen una estructura, una escenografía, una forma de ser. Y de pronto me hallaba en un descampado como aquel paraje ignoto en el que caen los tripulantes de Dimensión Desconocida. Di vueltas en círculo, pregunté sin suerte y, poco antes de que se me venciera el horario de pasar a retirar el paquete, caí como empujado en un bar desde el que se veía el puerto, con tantas puertas y ventanas, todas abiertas, que las mesas parecían a la intemperie. El mozo se me acercó solícito y le pedí un café. Al instante me trajo un jugo de naranja exprimido.
Lo miré extrañado y le pregunté si era recién exprimido. Cuando me respondió afirmativamente, repliqué: -Pero yo pedí café.
-A mí no -me contradijo-. Se lo pidió a mi hermano. Le traje el jugo porque lo vi acalorado.
Miré al hermano, que vestía la misma ropa, y la misma cara. En la caja, atendía un hombre con distinta ropa pero la misma cara.
-¿Cuántos son? -pregunté, algo asustado.
-Trillizos -contestó el mozo que no había hablado.
Asentí y pregunté si sabían dónde era el sitio de la aduana. Me señalaron inequívocamente el camino, pero me pareció que ya era tarde. Entonces entró un vendedor ambulante de pirotecnia. Supongo que ese tipo de venta no está permitido. Los tres hermanos lo miraron con evidente desaprobación, y el de la caja le espetó: -Hágase un favor y devuelva esas porquerías.
El vendedor se marchó con palabras poco amables.
Como me habían regalado un jugo de naranja recién exprimido, comenté: -A mí tampoco me gusta la pirotecnia.
El mozo del café me trajo una pequeña caja de mimbre y me invitó con un gesto a abrirla. El bar estaba lleno de sorpresas. No fue la menor encontrar un petardo en el interior de la caja de mimbre.
-¿Qué significa? -pregunté.
-Es un petardo que no explotó- explicó el trillizo de la caja.
-Lleva 15 años sin explotar -agregó el mozo del jugo.
-¿Pero cuántas veces lo intentaron? -consulté.
-Sólo en 1990 -informó el tercero- Pero cada año cuenta.
-Tenía que retirar un libro con 101 cuentos prologados por Somerset Maugham -apunté-. Pero tengo la impresión de que con esta historia serán 102 y valdrá la pena el haberme perdido.
-Somos italianos de nacimiento -dijo el cajero-, en la guerra, la Segunda, quedamos del lado de los partisanos. Cuando llegaron los aliados, luchamos junto a los norteamericanos. En un bosque, mi hermano Victorino (señaló al mozo del jugo) vio como caía una granada en el medio de los tres, y se lanzó sobre ella para salvarnos. La granada no explotó. Pero Victorino intentó dar su vida por la nuestra. Remo (señaló al mozo al que le había pedido el café) y yo pasamos el resto de nuestra vida tratando de recompensarlo. Acá como nos ve, compartimos 80 años. Pero hasta hace quince, Victorino era el dueño del bar, y Remo y yo sus mozos. Nunca hubo dudas al respecto: todo lo que pudiéramos hacer por él era poco. Sin embargo, hace quince años, el nieto de Victorino, que por entonces tenía cinco años, se apareció en el jardín de la casa con un petardo encendido en la mano. Estábamos los tres tomando vermú, un 31 de diciembre como hoy, de 1990, con nuestras hijas y yernos, y de pronto aparece el pibe con el petardo encendido en la mano.
-¿Cómo ocurrió? -Suponemos que lo levantó del suelo -se apuró a detallar Victorino-. Mi casa en Colegiales es con jardín y los pibes andaban sueltos.
-Pero no explotó -remató Rómulo, el narrador.
-No explotó -repetí.
-No explotó -repitió Remo.
-Se le apagó en la mano como si lo soplara un ángel -describió Victorino-. Entonces le dije a mis hermanos que la deuda había terminado, y que el bar sería de los tres y compartiríamos igualitariamente el trabajo. Después de todo, habíamos caído del lado de los partisanos. ¿No es cierto? No pude contestar porque entró un muchacho de unos veinte años. Era buen mozo como Vittorio Gassman. Llamó “abuelo” a Victorino y le preguntó si pasaba a buscarlos con la camioneta para llevarlos a Colegiales. Los tres asintieron al unísono.

lunes, 2 de enero de 2012

Pasaje del año

El último día del año
no es el último día del tiempo.
Otros días vendrán
y nuevos muslos y vientres te comunicarán
el calor de la vida.
Besarás bocas, rasgarás papeles,
harás viajes y tantas celebraciones
de aniversario, graduación, promoción,
gloria, dulce muerte con sinfonía y coral,
que el tiempo quedará repleto y no oirás el clamor,
los irreparables aullidos
del lobo en la soledad.
El último día del tiempo
no es el último día de todo.
Queda siempre una franja de vida
donde se sientan dos hombres.
Un hombre y su contrario,
una mujer y su pie,
un cuerpo y su memoria,
un ojo y su brillo,
una voz y su eco,
y quien sabe si hasta Dios...
Recibe con simplicidad
este presente del acaso.
Mereciste vivir un año más.
Desearías vivir siempre y agotar
la borra de los siglos.
Tu padre murió, tu abuelo también.
En ti mismo mucha cosa ya expiró,
otras acechan la muerte,
pero estás vivo. Una vez más estás vivo.
Y con la copa en la mano
esperas amanecer.
El recurso de embriagarse.
El recurso de la danza y del grito,
el recurso de la pelota de colores,
el recurso de Kant y de la poesía,
todos ellos...y ninguno resuelve nada.
Surge la mañana de un nuevo año.
Las cosas están limpias, ordenadas.
El cuerpo gastado se renueva en espuma.
Todos los sentidos alertas funcionan.
La boca está comiendo vida.
La boca está atascada de vida.
La vida escurre de la boca,
mancha las manos, la vereda.
La vida es gorda, oleosa, mortal, subrepticia.