Tarde de lecturas, (2008) xilografía de Marinés Tapia Vera, 1er premio de Grabado del LIII Salón de Artes Plásticas Manuel Belgrano

El rastreador

El rastreador recorre bibliotecas concretas y virtuales buscando esos textos que alguna vez tenemos que leer.

domingo, 12 de diciembre de 2010

Cuando papá regrese

Cuando en el colegio le pedían que dibujara a su padre, Clara siempre lo pintaba de color malva, con orejas puntiagudas, tentáculos en vez de brazos, y arrastrando una enorme maleta de cartón. El padre de Clara era un alienígena que pasaba la mayor parte del tiempo viajando, yendo y viniendo de un lado a otro de la galaxia a causa de su trabajo. Había sido durante uno de aquellos viajes estelares, en el que había hecho escala en la Tierra cuando, a pesar de su falta de bagaje en el trato carnal con humanas, había dejado preñada a Prosperidad Linares, la madre de Clara. Sor Asunción, su profesora, terminó por aceptar con resig­nación aquella historia, tras múltiples e infructuosos intentos por disuadirla, y no sin vergüenza colgaba su dibujo en el tablón el día del fundador, junto al de los demás niños, que al menos en apariencia tenían padres humanos, porque desde que había oído que los visitantes del espacio podían infiltrarse entre nosotros asumien­do nuestro aspecto la monja ya no se atrevía a poner la mano en el fuego, especialmente por el profesor de matemáticas.

Pero aquellos dibujos, en los que la niña aparecía cogida de uno de los tentáculos del extraterrestre, no hacían sino reflejar la tristeza que abrumaba a Clara: estaba a punto de cumplir once años y todavía no había conocido a su padre. A veces, su madre la encontraba en el jardín, observando el cielo con melancolía, y sen­tándose a su lado le rogaba que tuviera paciencia, pues, aunque lo pareciera, su padre no las había abandonado. Entonces le explicaba que, a pesar de las potentes naves con las que los alienígenas surcaban el espacio, los viajes siderales duraban decenas de años, tanto era así, que su padre debía realizarlos sumergido en un tanque conge­lante que lo escondía del manoseo del tiempo. Pero de una cosa podía estar segura: él volvería, porque en to­dos estos años nunca había dejado de quererlas. ¿Acaso no sentía ella la mirada cariñosa de su padre llegándole desde el firmamento, rebujada con la lluvia de estrellas? ¿Acaso no escuchaba los versos de amor que él le reci­taba, bajando la voz para evitar que la registrasen los programas de SETI? La niña asentía y se dejaba abrazar por su madre, que sonreía ensimismada imaginando que sobre el fuselaje del Pionero 10, aquel chisme que la Nasa había arrojado al espacio, un tentáculo malva había grabado un corazón con dos iniciales. Luego ambas per­manecían en silencio, observando un puntito olvidado en la negrura fría del espacio, el planeta donde su padre tenía un pequeño adosado al que pronto se mudarían.

Para hacer menos dolorosa tan larga espera, Clara se dedicaba a leer una y otra vez la entrevista en la que su madre contaba cómo conoció a su padre. Se trataba de un viejo recorte de la revista Nuevos Mundos que su madre había pegado en un álbum, y que comenzaba así: "Como muchos otros miembros de nuestra comunidad, Prosperidad Linares también ha protagonizado un contacto con extraterrestres. Esta cajera de treinta años nos abre las puertas de 'su casa para compartir con nuestros lectores la experiencia que le ha cambiado la vida".

A Clara le encantaba aquella entrevista. Lo que ya no le gustaba tanto era el artículo que había pegado a continuación, publicado el día siguiente a su nacimien­to. "Descubierto el fraude: la mujer que aseguraba haber sido .fecundada por un extraterrestre ha dado a luz un bebé absolutamente humano". ¿Absolutamente humano? Es­taba deseando que su padre regresara para aclarar aquel malentendido.

sábado, 11 de diciembre de 2010

Niño, tus cuatro letras de ternura
viven en mí.

Niño, seguramente naces cuando
el mar dice que sí.

Niño, te digo, voy por las orillas
de un alegre violín.

Llevo tus cuatro letras de ternura.
Viven en mí.

viernes, 26 de noviembre de 2010

Los chicos

Eran cinco o seis, pero así, en grupo, viniendo carretera adelante, se nos antojaban quince o veinte. Llegaban casi siempre a las horas achicharradas de la siesta, cuando el sol caía de plano contra el polvo y la grava desportillada de la carretera vieja, por donde ya no circulaban camiones ni carros, ni vehículo alguno. Llegaban entre una nube de polvo que levantaban sus pies, como las pezuñas de los caballos. Los veíamos llegar y el corazón nos latía de prisa. Alguien, en voz baja, decía: « ¡Que vienen los chicos...!» Por lo general, nos escondíamos para tirarles piedras, o huíamos.

Porque nosotros temíamos a los chicos como al diablo. En realidad, eran una de las mil formas de diablo, a nuestro entender. Los chicos, harapientos, malvados, con los ojos oscuros y brillantes como cabezas de alfiler negro. Los chicos, descalzos y callosos, que tiraban piedras de largo alcance, con gran puntería, de golpe más seco y duro que las nuestras. Los que hablaban un idioma entrecortado, desconocido, de palabras como pequeños latigazos, de risas como salpicaduras de barro. En casa nos tenían prohibido terminantemente entablar relación alguna con esos chicos. En realidad, nos tenían prohibido salir del prado bajo ningún pretexto. (Aunque nada había tan tentador, a nuestros ojos, como saltar el muro de piedras y bajar al río, que, al otro lado, huía verde y oro, entre los juncos y los chopos.) Más allá, pasaba la carretera vieja, por donde llegaban casi siempre aquellos chicos distintos, prohibidos.

Los chicos vivían en los alrededores del Destacamento Penal. Eran los hijos de los presos del Campo, que redimían sus penas en la obra del pantano. Entre sus madres y ellos habían construido una extraña aldea de chabolas y cuevas, adosadas a las rocas, porque no se podían pagar el alojamiento en la aldea, donde, por otra parte, tampoco eran deseados. «Gentuza, ladrones, asesinos.. .» decían las gentes del lugar. Nadie les hubiera alquilado una habitación. Y tenían que estar allí. Aquellas mujeres y aquellos niños seguían a sus presos, porque de esta manera vivían del jornal que, por su trabajo, ganaban los penados.

El hijo mayor del administrador era un muchacho de unos trece años, alto y robusto, que estudiaba el bachillerato en la ciudad. Aquel verano vino a casa de vacaciones, y desde el primer día capitaneó nuestros juegos. Se llamaba Efrén y tenía unos puños rojizos, pesados como mazas, que imponían un gran respeto. Como era mucho mayor que nosotros, audaz y fanfarrón, le seguíamos adonde él quisiera.

El primer día que aparecieron los chicos de las chabolas, en tropel, con su nube de polvo, Efrén se sorprendió de que echáramos a correr y saltáramos el muro en busca de refugio.

-Sois cobardes -nos dijo-. ¡Esos son pequeños!

No hubo forma de convencerle de que eran otra cosa, de que eran algo así como el espíritu del mal.

-Bobadas -nos dijo. Y sonrió de una manera torcida y particular, que nos llenó de admiración.

Al día siguiente, cuando la hora de la siesta, Efrén se escondió entre los juncos del río. Nosotros esperábamos, detrás del muro, con el corazón en la garganta. Algo había en el aire que nos llenaba de pavor. (Recuerdo que yo mordía la cadenita de la medalla y que sentía en el paladar un gusto de metal raramente frío. Y se oía el canto crujiente de la cigarra entre la hierba del prado.) Echados en el suelo, el corazón nos golpeaba contra la tierra.

Al llegar, los chicos escudriñaron hacia el río, por ver si estábamos buscando ranas como solíamos. Y para provocarnos, empezaron a silbar y a reír de aquella forma de siempre, opaca y humillante. Era su juego: llamarnos sabiendo que no apareceríamos. Nosotros seguíamos ocultos y en silencio. Al fin, los chicos abandonaron su idea y volvieron al camino, trepando terraplén arriba. Nosotros estábamos anhelantes y sorprendidos, pues no sabíamos lo que Efrén quería hacer.

Mi hermano mayor se incorporó a mirar por entre las piedras y nosotros le imitamos. Vimos entonces a Efrén deslizarse entre los juncos como una gran culebra. Con sigilo trepó hacia el terraplén, por donde subía el último de los chicos, y se le echó encima.

Con la sorpresa, el chico se dejó atrapar. Los otros ya habían llegado a la carretera y cogieron piedras, gritando. Yo sentí un gran temblor en las rodillas, y mordí con fuerza la medalla. Pero Efrén no se dejó intimidar. Era mucho mayor y más fuerte que aquel diablillo negruzco que retenía entre sus brazos, y echó a correr arrastrando a su prisionero al refugio, donde le aguardábamos. Las piedras caían a su alrededor y en el río, salpicando de agua aquella hora abrasada. Pero Efrén saltó ágilmente sobre las pasaderas y, arrastrando al chico, que se revolvía furiosamente, abrió la empalizada y entró con él en el prado. Al verlo perdido, los chicos de la carretera dieron media vuelta y echaron a correr, como gazapos, hacia sus chabolas.

Sólo de pensar que Efrén traía a una de aquellas furias, estoy segura de que mis hermanos sintieron el mismo pavor que yo. Nos arrimamos al muro, con la espalda pegada a él, y un gran frío nos subía por la garganta.

Efrén arrastró al chico unos metros, delante de nosotros. El chico se revolvía desesperado e intentaba morderle las piernas, pero Efrén levantó su puño enorme y rojizo y empezó a golpearle la cara, la cabeza, la espalda. Una y otra vez, el puño de Efrén caía, con un ruido opaco. El sol, brillaba de un modo espeso y grande sobre la hierba y la tierra. Había un gran silencio. Sólo oíamos el jadeo del chico, los golpes de Efrén y el fragor del río, dulce y fresco, indiferente, a nuestras espaldas. El canto de las cigarras parecía haberse detenido. Como todas las voces.

Efrén estuvo un rato golpeando al chico con su gran puño. El chico, poco a poco, fue cediendo. Al fin, cayó al suelo de rodillas, con las manos apoyadas en la hierba. Tenía la cara oscura, del color del barro seco, y el pelo muy largo, de un rubio mezclado de vetas negras, como quemado por el sol. No decía nada y se quedó así, de rodillas. Luego, cayó contra la hierba, pero levantando la cabeza, para no desfallecer del todo. Mi hermano mayor se acercó despacio, y luego nosotros.

Parecía mentira lo pequeño y lo delgado que era. «Por la carretera parecían mucho más altos», pensé. Efrén estaba de pie a su lado, con sus grandes y macizas piernas separadas, los pies calzados con gruesas botas de ante. ¡Qué enorme y brutal parecía Efrén en aquel momento!

-¿No tienes aún bastante? -dijo en voz muy baja, sonriendo. Sus dientes, con los colmillos salientes, brillaban al sol-. Toma, toma...

Le dio con la bota en la espalda. Mi hermano mayor retrocedió un paso y me pisó. Pero yo no podía moverme: estaba como clavada en el suelo. El chico se llevó la mano a la nariz. Sangraba, no se sabía si de la boca o de dónde. Efrén nos miró.

-Vamos -dijo-: Este ya tiene lo suyo-. Y le dio con el pie otra vez.

-¡Lárgate, puerco! ¡Lárgate en seguida!

Efrén se volvió, grande y pesado, despacioso hacia la casa, muy seguro de que le seguíamos.

Mis hermanos, como de mala gana, como asustados, le obedecieron. Sólo yo no podía moverme, no podía, del lado del chico. De pronto, algo raro ocurrió dentro de mí. El chico estaba allí, tratando de incorporarse, tosiendo. No lloraba. Tenía los ojos muy achicados, y su nariz, ancha y aplastada, brillaba extrañamente. Estaba manchado de sangre. Por la barbilla le caía la sangre, que empapaba sus andrajos y la hierba. Súbitamente me miró. Y vi sus ojos de pupilas redondas, que no eran negras, sino de un pálido color de topacio, transparentes, donde el sol se metía y se volvía de oro. Bajé los míos, llena de una vergüenza dolorida.

El chico se puso en pie despacio. Se debió herir en una pierna, cuando Efrén le arrastró, porque iba cojeando hacia la empalizada. No me atreví a mirar su espalda, renegrida, y desnuda entre los desgarrones. Sentí ganas de llorar, no sabía exactamente por qué. Únicamente supe decirme: "Si sólo era un niño. Si era nada más que un niño, como otro cualquiera".

domingo, 7 de noviembre de 2010

Una buena taza de té

Si buscas 'té' en el primer libro de cocina que cae en tus manos, seguramente no lo encontrarás; o a lo máximo hallarás un par de líneas con unas escuetas instrucciones que no contienen los puntos más importantes.

Hecho curioso, no sólo porque el té es uno de los productos más importantes de la civilización de este país, de Irlanda, Australia y Nueva Zelanda, sino porque su método de preparación es motivo de las más violentas disputas.

Cuando leo mis propias instrucciones para la taza perfecta de té, encuentro un mínimo de once puntos importantes. Dos de ellos son ampliamente aceptados, pero al menos cuatro son altamente controvertidos. He aquí mis propios once puntos, considerados por mí como reglas de oro:

Primero: Uno debería utilizar té de la India o de Ceilán. El té chino tiene sus virtudes que hoy en día no deben ser despreciadas -es barato, y se puede beber sin leche- pero no es muy estimulante. Uno no se siente más sabio, más bueno u optimista después de beberlo. Cualquiera que utiliza la frase "una buena taza de té" siempre se refiere al té de la India.

Segundo: El té debe prepararse en pequeñas cantidades, es decir, en una tetera. Un té preparado fuera de una urna siempre es insípido, que como el té del ejército, que se prepara en grandes cacerolas, sabe a grasa y detergente. La tetera debería estar hecha de porcelana china o barro cocido. Las teteras de plata o de porcelana británica producen un té de inferior calidad y otras teteras aún son peor. Sin embargo, las teteras de estaño no están tan mal.

Tercero: La tetera debe calentarse previamente. Es mejor hacerlo sobre una estufa de leña que llenándola de agua caliente.

Cuarto: El té debería ser fuerte. Para una tetera de un cuarto y si quieres llenarla hasta el borde, seis cucharadas de té deberían ser suficientes. En tiempos de racionamiento, esto no se puede hacer cada día de la semana, pero yo mantengo que una taza de té fuerte vale más que veinte tazas de té débil. Todos los amantes del té no sólo lo quieren fuerte, sino que cada año lo preparan más potente –un hecho que se reconoce con una ración extra para los pensionistas.

Quinto: El té debe colocarse directamente en la tetera. No utilices tamices, bolsas de tela u otros artefactos que aprisionan el té. En algunos países, el té se coloca en unas cestas colgantes para retener las hojas del té, que se supone son venenosas. En realidad, uno se puede tragar una considerable cantidad de hojas de té sin efectos secundarios. Si el té no está suelto dentro de la tetera, la infusión nunca es suficiente.

Sexto: Uno debe ir con la taza hasta la tetera, y no al revés. El agua debe hervir en el momento del impacto, lo cual significa que debe estar sobre el fuego un segundo antes de verterla en la tetera. Hay gente que afirma que sólo debería utilizarse agua recién hervida, pero yo personalmente no he notado diferencia alguna.

Séptimo: Hecho el té, uno debería removerlo o mejor mover la tetera y seguidamente dejar que las hojas se depositen en el fondo.

Octavo: Uno debería beberlo en una buena taza de desayuno –es decir, la típica taza cilíndrica alta y no la plana y poco honda. En la taza cilíndrica cabe más y el té no se enfría antes de llevarla a los labios, como ocurre con la taza ancha y baja.

Noveno: Uno debería retirar la crema de la leche antes de añadirla al té. La leche demasiado cremosa modifica el sabor del té.

Décimo: Uno debe verter primero el té en la taza. Este es el punto mas controvertido; de hecho, en todas las familias británicas hay dos escuelas sobre el tema. La escuela de "la leche primero" puede tener algunos argumentos de peso, pero yo sigo opinando que mi argumento es irrefutable: al poner primero el té y removiéndolo mientras se vierte la leche, uno puede ajustar exactamente la cantidad de leche. En el caso inverso, uno podría haber puesto demasiada leche.

Y por último: El té -excepto si se bebe al estilo ruso- debería beberse sin azúcar. Sé muy bien que en este punto formo parte de la minoría. Pero ¿cómo puede un amante del té destruir su sabor metiendo azúcar? También se podría meter sal o pimienta... El té debe ser amargo, como la cerveza. Si lo endulzas, ya no sientes su sabor. Podrías crear un brebaje similar simplemente añadiendo azúcar a una taza de agua caliente...

Alguna gente te dirá que no les gusta el té en sí, que lo beben para calentarse o estimularse y que necesitan ponerle azúcar para eliminar el sabor del té. A esta gente equivocada, yo le digo: "intenta beber té sin azúcar durante un par de días y es muy improbable que vuelvas nunca a estropearlo añadiendo azúcar".

Estos no son los únicos puntos de la controversia sobre cómo beber té, pero son suficientes para mostrar lo sofisticado que se ha vuelto este tema. También existe todo esta misteriosa etiqueta social que envuelve la taza de té (por ejemplo ¿por qué se considera una vulgaridad beber el té del platito de la taza?) y existe mucho escrito sobre el uso secundario de las hojas de té, como por ejemplo leer el futuro, la predicción de una eminente visita inesperada, alimento para los conejos, curar quemaduras y limpiar la alfombra. Lo importante es poner atención a detalles como calentar la tetera y utilizar agua que está hirviendo para conseguir estas veinte tazas de buen y fuerte té a partir de una ración de onzas...

martes, 2 de noviembre de 2010

Marina

Los carros de plata y cobre -

Las proas de acero y de plata -

Hieren la espuma -,

Agitan los tallos de las zarzas.

Las corrientes del páramo,

Y las huellas inmensas del reflujo,

Corren circularmente hacia el este,

Hacia los pilares del bosque,

Hacia los postes del muelle,

Cuyo ángulo castigan torbellinos de luz.

domingo, 10 de octubre de 2010

Cancha Rayada

Caminamos, con mi viejo, por la playa de estacionamiento.
Es un día de calor sofocante
y en el asfalto recalentado
vemos la sombra de un pájaro negro
que vuela en círculos,
como satélite de nuestra desgracia.
Una multitud victoriosa, a nuestras espaldas,
ruge todavía en la cancha.
Acabamos de perder el campeonato.
La cabina del auto es un horno a leña;
los asientos queman y el sol que pega
en el vidrio, enceguece.
Pero no importa, como dos bonzos
dispuestos a inmolarse,
nos sentamos y enciendo el motor:
Fabián Casas y su padre
van en coche al muere.

lunes, 4 de octubre de 2010

Poema sin título

Atiende:

si mi hijo

si nuestro hijo

fuera naciera sol o

luna homosexual poeta

o guerrillero ah si creciera

guerrillero o usurero al tanto %

o asesino oficinista vendedor de

peines en el subte o suicida flor

o cardo violador de tumbas o impasible

espectador del mundo comprensible padre de

familia actor de cine Rita Hayworth Tyrone Power

sacerdote verdugo militar terrorista puta carcelero

en la exacta mitad de tu ombligo te explico Manés que

si nuestro hijo recoge la bandera que dejamos o por

el contrario un ejemplo la olvida la traiciona la

veja la vende a razonable precio entendeme

si nuestro hijo mañana es muerto por ir más

allá de donde fuimos o por menos o por

error o por justicia o por lo que sea si

los muertos somos nosotros vos o yo o los

dos y él quien nos fusila de todos

modos Manés habremos ganado

porque la libertad es lo único que

debemos legarles a los demás

compañera amiga mía

no tiene mayor

relevancia.-

jueves, 30 de septiembre de 2010

Trabajo nocturno

Temprano
esta mañana
encontré en el patio de casa
el cuerpo de una enorme rata
inmóvil.
Moscas de alas tornasoladas
zumbaban alrededor del cadáver
y se apretaban en los orificios de
unas heridas
que habían sido sin duda mortales.
Con bastante asco
la alcé con la pala y la enterré
en un rincón alejado
del jardín

Al volverme
desde el matorral de hortensias
florecidas
emergió mi gata dócil
desperezándose.
Su brillante pelaje estaba todavía
erizado por la electricidad de la noche.
Me miró
y después comenzó a seguirme
maullando suavemente
pidiéndome -como todas las
mañanas-
su tazón de leche fresca
y pura.

sábado, 4 de septiembre de 2010

Una noche de verano

El hecho de que Henry Armstrong estuviera enterrado no era motivo suficientemente convincente como para demostrarle que estaba muerto: siempre había sido un hombre difícil de persuadir. El testimonio de sus sentidos le obligaba a admitir que estaba realmente enterrado. Su posición -tendido boca arriba con las manos cruzadas sobre su estómago y atadas, que rompió fácilmente sin que se alterase la situación-, el estricto confinamiento de toda su persona, la negra oscuridad y el profundo silencio, constituían una evidencia imposible de contradecir y Armstrong lo aceptó sin perderse en cavilaciones.

Pero, muerto... no. Sólo estaba enfermo, muy enfermo, aunque, con la apatía del inválido, no se preocupó demasiado por la extraña suerte que le había correspondido. No era un filósofo, sino simplemente una persona vulgar, dotada en aquel momento de una patológica indiferencia; el órgano que le había dado ocasión de inquietarse estaba ahora aletargado. De modo que sin ninguna aprensión por lo que se refiriera a su futuro inmediato, se quedó dormido y todo fue paz para Henry Armstrong.

Pero algo todavía se movía en la superficie. Era aquella una oscura noche de verano, rasgada por frecuentes relámpagos que iluminaban unas nubes, las cuales avanzaban por el este preñadas de tormenta. Aquellos breves y relampagueantes fulgores proyectaban una fantasmal claridad sobre los monumentos y lápidas del camposanto. No era una noche propicia para que una persona normal anduviera vagabundeando alrededor de un cementerio, de modo que los tres hombres que estaban allí, cavando en la tumba de Henry Armstrong, se sentían razonablemente seguros.

Dos de ellos eran jóvenes estudiantes de una Facultad de Medicina que se hallaba a unas millas de distancia; el tercero era un gigantesco negro llamado Jess. Desde hacía muchos años Jess estaba empleado en el cementerio en calidad de sepulturero, y su chanza favorita era la de que "conocía todas las ánimas del lugar". Por la naturaleza de lo que ahora estaba haciendo, podía inferirse que el lugar no estaba tan poblado como su libro de registro podía hacer suponer.

Al otro lado del muro, apartados de la carretera, podían verse un caballo y un carruaje ligero, esperando.

El trabajo de excavación no resultaba difícil; la tierra con la cual había sido rellenada la tumba unas horas antes ofrecía poca resistencia, y no tardó en quedarse amontonada a uno de los lados de la fosa. El levantar la tapadera del ataúd requirió más esfuerzo, pero Jess era práctico en la tarea y terminó por colocar cuidadosamente la tapadera sobre el montón de tierra, dejando al descubierto el cadáver, ataviado con pantalones negros y camisa blanca.

En aquel preciso instante, un relámpago zigzagueó en el aire, desgarrando la oscuridad, y casi inmediatamente estalló un fragoroso trueno. Arrancado de su sueño, Henry Armstrong incorporó tranquilamente la mitad superior de su cuerpo hasta quedar sentado.

Profiriendo gritos inarticulados, los hombres huyeron, poseídos por el terror, cada uno de ellos en una dirección distinta. Dos de los fugitivos no hubieran regresado por nada del mundo. Pero Jess estaba hecho de otra pasta.

Con las primeras luces del amanecer, los dos estudiantes, pálidos de ansiedad y con el terror de su aventura latiendo aún tumultuosamente en su sangre, llegaron a la Facultad.

-¿Lo has visto? -exclamó uno de ellos.

-¡Dios! Sí... ¿Qué vamos a hacer?

Se encaminaron a la parte de atrás del edificio, donde vieron un carruaje ligero con un caballo uncido y atado por el ronzar a una verja, cerca de la sala de disección. Maquinalmente, los dos jóvenes entraron en la sala. Sentado en un banco, a oscuras, vieron al negro Jess. El negro se puso de pie, sonriendo, todo ojos y dientes.

-Estoy esperando mi paga -dijo.

Desnudo sobre una larga mesa, yacía el cadáver de Henry Armstrong. Tenía la cabeza manchada de sangre y arcilla por haber recibido un golpe de azada.

lunes, 30 de agosto de 2010

Tarjeta postal

Te escribo bajo la tienda

Muere otro día de estío

En que cual flor deslumbrante

En el cielo azul apenas

Un brillante cañonazo

Se mustia antes de haber sido

martes, 17 de agosto de 2010

Historias de Almanaque

-Si los tiburones fueran hombres -preguntó al señor K. la hija pequeña de su patrona-, se portarían mejor con los pececitos?
-Claro que sí -respondió el señor K.-. Si los tiburones fueran hombres, harían construir en el mar cajas enormes para los pececitos, con toda clase de alimentos en su interior, tanto plantas como materias animales. Se preocuparían de que las cajas tuvieran siempre agua fresca y adoptarían todo tipo de medidas sanitarias. Si, por ejemplo, un pececito se lastimase una aleta, en seguida se la vendarían de modo que el pececito no se les muriera prematuramente a los tiburones. Para que los pececitos no se pusieran tristes habría, de cuando en cuando, grandes fiestas acuáticas, pues los pececitos alegres tienen mejor sabor que los tristes.
También habría escuelas en el interior de las cajas. En esas escuelas se enseñaría a los pececitos a entrar en las fauces de los tiburones. Éstos necesitarían tener nociones de geografía para mejor localizar a los grandes tiburones, que andan por ahí holgazaneando. Lo principal sería, naturalmente, la formación moral de los pececitos. Se les enseñaría que no hay nada más grande ni más hermoso para un pececito que sacrificarse con alegría; también se les enseñaría a tener fe en los tiburones, y a creerles cuando les dijesen que ellos ya se ocupan de forjarles un hermoso porvenir. Se les daría a entender que ese porvenir que se les auguraba sólo estaría asegurado si aprendían a obedecer. Los pececillos deberían guardarse bien de las bajas pasiones, así como de cualquier inclinación materialista, egoista o marxista. Si algún pececillo mostrase semejantes tendencias, sus compañeros deberían comunicarlo inmediatamente a los tiburones.
Si los tiburones fueran hombres, se harían naturalmente la guerra entre sí para conquistar cajas y pececillos ajenos. Además, cada tiburón obligaría a sus propios pececillos a combatir en esas guerras. Cada tiburón enseñaría a sus pececillos que entre ellos y los pececillos de otros tiburones existe una enorme diferencia. Si bien todos los pececillos son mudos, proclamarían, lo cierto es que callan en idiomas muy distintos y por eso jamás logran entenderse. A cada pececillo que matase en una guerra a un par de pececillos enemigos, de esos que callan en otro idioma, se les concedería una medalla al coraje y se le otorgaría además el título de héroe.
Si los tiburones fueran hombres, tendrían también su arte. Habría hermosos cuadros en los que se representarían los dientes de los tiburones en colores maravillosos, y sus fauces como puros jardines de recreo en los que da gusto retozar. Los teatros del fondo del mar mostrarían a heroicos pececillos entrando entusiasmados en las fauces de los tiburones, y la música sería tan bella que, a sus sones, arrullados por los pensamientos más deliciosos, como en un ensueño, los pececillos se precipitarían en tropel, precedidos por la banda, dentro de esas fauces.
Habría asimismo una religión, si los tiburones fueran hombres. Esa religión enseñaría que la verdadera vida comienza para los pececillos en el estómago de los tiburones.
Además, si los tiburones fueran hombres, los pececillos dejarian de ser todos iguales como lo son ahora. Algunos ocuparían ciertos cargos, lo que los colocaría por encima de los demás. A aquellos pececillos que fueran un poco más grandes se les permitiría incluso tragarse a los más pequeños. Los tiburones verían esta práctica con agrado, pues les proporcionaría mayores bocados. Los pececillos más gordos, que serían los que ocupasen ciertos puestos, se encargarían de mantener el orden entre los demás pececillos, y se harían maestros u oficiales, ingenieros especializados en la construcción de cajas, etc. En una palabra: habría por fin en el mar una cultura si los tiburones fueran hombres.

martes, 10 de agosto de 2010

Galope

Las tierras, las tierras, las tierras de España,
las grandes, las solas, desiertas llanuras.
Galopa, caballo cuatralbo,
jinete del pueblo,
al sol y a la luna.

¡A galopar,
a galopar,
hasta enterrarlos en el mar!

A corazón suenan, resuenan, resuenan
las tierras de España, en las herraduras.
Galopa, jinete del pueblo,
caballo cuatralbo,
caballo de espuma.

¡A galopar,
a galopar,
hasta enterrarlos en el mar!

Nadie, nadie, nadie, que enfrente no hay nadie;
que es nadie la muerte si va en tu montura.
Galopa, caballo cuatralbo,
jinete del pueblo,
que la tierra es tuya.

¡A galopar,
a galopar,
hasta enterrarlos en el mar!

viernes, 30 de julio de 2010

San Antonio

La historia que sigue es de origen español. Un hombre cae al vacío desde el piso treinta. Cayendo, grita:
-¡San Antonio! ¡San Antonio! ¡Sálvame!
Una poderosa mano aparece de entre las nubes y lo agarra.
-¡Oh, gracias, San Antonio! –grita el hombre.
-¿San Antonio de dónde? –pregunta una voz invisible.
-¡San Antonio de Padua!
-Ah, no. No soy yo –dice la voz.
La mano se abre y el hombre se estrella contra el suelo.

lunes, 26 de julio de 2010

El augurio

Sentados sobre un muro los troyanos
vieron pasar a Helena, sorprendidos,
en un barco de remos repetidos,
y con asombro unieron sus dos manos;

y en el cielo sus rápidos hermanos,
sobre el puerto de Ilión inadvertidos,
anunciaron desastres, y sonidos
de guerra, y otros barcos espartanos.

También al verte imaginé las furias
de una guerra fatal y prolongada,
llena de ardor, de encantos, y de injurias;

este asedio tan largo de los días
ya fue previsto en tu primer mirada,
ya me venciste cuando sonreías

domingo, 18 de julio de 2010

Un hombre de fe

Era su último día como cartero, después de haber recorrido durante treinta y cinco años las callecitas arboladas de Villa del Parque.
Sus compañeros le pidieron que se quedara para brindar, que ese día no saliera a repartir correspondencia y los ayudara simplemente a clasificarla. Fue entonces cuando descubrió el sobre con un extraño destinatario: "Para Dios". Santiago pensó que era una broma de despedida. Pero no, todos estaban sorprendidos, nunca habían tenido que llevar una carta destinada a Dios. Finalmente la abrieron. En su interior, Santiago halló el pedido desesperado de un desocupado, que requería el milagro de hallar mil pesos para comprar un remedio a su hijito, muy enfermo.
Todos se miraron consternados, se llevaron las manos a los bolsillos, y junto a un guardia y a un heladero de visita, juntaron ochocientos pesos.
Santiago se calzó el uniforme, montó su bicicleta y partió en la última misión. Al llegar descubrió una casita humilde. Sigilosamente pasó el sobre por debajo de la puerta y se marchó.
Al día siguiente, ya jubilado, Santiago no fue a trabajar. Sus compañeros, al abrir el saco del buzón, hallaron nuevamente una carta "Para Dios" escrita por el mismo hombre. En su texto pudieron leer el siguiente mensaje: "Gracias Señor por haber escuchado mi ruego. Mi hijo sanará. Eso sí, de los mil pesos que me mandaste sólo recibí ochocientos. Los otros doscientos se los deben haber robado en el correo"

domingo, 11 de julio de 2010

Autorretrato


Considerad, muchachos,
Este gabán de fraile mendicante:
Soy profesor en un liceo obscuro,
He perdido la voz haciendo clases.
(Después de todo o nada
Hago cuarenta horas semanales).
¿Qué les dice mi cara abofeteada?
¡Verdad que inspira lástima mirarme!
Y qué les sugieren estos zapatos de cura
Que envejecieron sin arte ni parte.

En materia de ojos, a tres metros
No reconozco ni a mi propia madre.
¿Qué me sucede? -¡Nada!
Me los he arruinado haciendo clases:
La mala luz, el sol,
La venenosa luna miserable.
Y todo ¡para qué!
Para ganar un pan imperdonable
Duro como la cara del burgués
Y con olor y con sabor a sangre.
¡Para qué hemos nacido como hombres
Si nos dan una muerte de animales!

Por el exceso de trabajo, a veces
Veo formas extrañas en el aire,
Oigo carreras locas,
Risas, conversaciones criminales.
Observad estas manos
Y estas mejillas blancas de cadáver,
Estos escasos pelos que me quedan.
¡Estas negras arrugas infernales!
Sin embargo yo fui tal como ustedes,
Joven, lleno de bellos ideales
Soñé fundiendo el cobre
Y limando las caras del diamante:
Aquí me tienen hoy
Detrás de este mesón inconfortable
Embrutecido por el sonsonete
De las quinientas horas semanales.

domingo, 20 de junio de 2010

El profesor de rumano

Esta es la historia de Jordi, uno de Barcelona que conocí en los ochenta. Venía de parte de unos amigos catalanes, gente solidaria del exilio. Divertido y seductor, rápidamente conquistó a Rosarito, la más difícil de mis primas. Solíamos caminar por las calles de Coghlan disfrutando de su humor corrosivo, capaz de bromas pe­sadísimas. Una vez le cuestioné esa costumbre, y él respondió que no podía evitarlo. Me contó entonces que en ple­na transición posfranquista, en tiem­pos de Adolfo Suárez, él estaba varado en Londres sin trabajo y sin pesetas, y a punto de ser expulsado de la pensión por falta de pago. Perdida toda esperan­za y mientras pensaba cómo regresar a Barcelona, un día leyó en un diario el aviso de un ejecutivo que necesitaba aprender rumano en un mes, para radi­carse en Bucarest como representante de una gran empresa británica. Jordi vio la oportunidad en el acto: se pre­sentó y consiguió el puesto, y hasta unas libras de adelanto con las que zafó de su mala situación. Desde el día si­guiente, con toda responsabilidad y du­rante cuatro semanas, Jordi visitó tres horas diarias al atildado ejecutivo in­glés en su oficina, y le enseñó a hablar bastante bien... en catalán. Y el día de la partida lo acompañó hasta el aeropuer­to a tomar el avión que lo llevaría a su nuevo destino comercial: Bucarest.

Meses después se fue de la Argenti­na. Suele enviarme postales. La última, desde California: dice que le está en­señando rumano a un tipo de la IBM.

viernes, 18 de junio de 2010

Allá en el centro del mar

Allá en el centro del mar, allá en los confines
Donde nacen los vientos, donde el sol
Sobre las aguas doradas se demora;
Allá en el espacio de fuentes y verdor,
De mansos animales, de tierra virgen,
Donde cantan las aves naturales:
Amor mío, mi isla descubierta,
Es de lejos, de la vida naufragada,
Que descanso en las playas de tu vientre,
Mientras lentamente las manos del viento,
Pasando sobre el pecho y las colinas,
Alzan olas de fuego en movimiento.

sábado, 12 de junio de 2010

Responde tú...

Tú, que partiste de Cuba,

responde tú,

¿dónde hallarás verde y verde,

azul y azul,

palma y palma bajo el cielo?

Responde tú.


Tú, que tu lengua olvidaste,

responde tú,

y en lengua extraña masticas

el güel y el yu,

¿cómo vivir puedes mudo?

Responde tú.


Tú, que dejaste la tierra,

responde tú,

donde tu padre reposa bajo una cruz,

¿dónde dejarás tus huesos?

Responde tú.


Ah, desdichado, responde,

responde tú,

¿dónde hallarás verde y verde,

azul y azul,

palma y palma bajo el cielo?

Responde tú.

sábado, 5 de junio de 2010

Contra el Juicio Final

El papa recomendó meditar en el tema del Juicio Final (AFP 9/1/95)

Buenos Aires, Diciembre de 1997

Juan Pablo II
Ciudad del Vaticano
De nuestra consideración:

Se acerca el fin del milenio. Se acerca, posiblemente, el Apocalipsis y el Juicio Final. Si
es cierto que son pocos los que se salvan, como advierte el Evangelio, se acerca para la
mayor parte de la humanidad el comienzo de un infierno inacabable. Para evitarlo basta
volver a la justicia que Dios Padre dictó en el Génesis. Si El castigó la desobediencia de
Eva suprimiendo nuestra inmortalidad, no es justo que el Hijo nos la haya restituido,
tantos siglos después, prolongando padeceres. Si una parte de la Trinidad dicta una
sentencia cuya pena termina y se completa con la muerte, no puede otra parte abrir cada
causa, agregar otra sentencia, resucitar el cadáver y aplicar un castigo adicional que
repite infinitas veces el castigo ya cumplido por el pecador una vez muerto. La justicia
del Hijo contradice y viola la del Padre. La existencia del Paraíso no justifica la del
Infierno: la bondad de los pocos salvados no les permitirá ser felices sabiendo
eternamente que novias o hermanas o madres o amigos y también desconocidos y
enemigos (prójimo que Jesús nos ordena amar y perdonar) sufren en tierras de Satanás.
Le solicitamos entonces volver al Pentateuco y tramitar la anulación del Juicio Final y
de la inmortalidad. Lo saludamos atentamente

CIHABAPAI (Club de impíos herejes apóstatas blasfemos ateos paganos agnósticos e
infieles, en formación)

sábado, 29 de mayo de 2010

Exilio

A Raúl Gustavo Aguirre

Esta manía de saberme ángel,
sin edad,
sin muerte en qué vivirme,
sin piedad por mi nombre
ni por mis huesos que lloran vagando.

¿Y quién no tiene un amor?
¿Y quién no goza entre amapolas?
¿Y quién no posee un fuego, una muerte,
un miedo, algo horrible,
aunque fuere con plumas,
aunque fuere con sonrisas?

Siniestro delirio amar a una sombra.
La sombra no muere.
Y mi amor
sólo abraza a lo que fluye
como lava del infierno:
una logia callada,
fantasmas en dulce erección,
sacerdotes de espuma,
y sobre todo ángeles,
ángeles bellos como cuchillos
que se elevan en la noche
y devastan la esperanza.

lunes, 24 de mayo de 2010

El patriota ingenioso

Después de haber obtenido una audiencia con el Rey, un Patriota Ingenioso sacó un papel del bolsillo y dijo:
-Dios bendiga a Su Majestad. Aquí tengo una fórmula para construir una armadura
blindada que ningún cañón podrá perforar. Si esta armadura es adoptada por la Armada Real nuestras naves de guerra serán invulnerables y por ende invencibles. Aquí también están los informes de los Ministros de Su Majestad atestiguando los méritos de la invención. Cederé lo derechos sobre ella por un millón de tumtums.
Después de examinar los papeles, el Rey los hizo a un lado y le prometió una orden para el Ministro Tesorero del Departamento de Extorsión por un millón de tumtums.
-Y aquí -dijo el Patriota Ingenioso, sacando otro papel de otro bolsillo- están los planos de un cañón que he inventado que puede perforar esa armadura. El hermano real de Su Majestad, el Emperador de Bang, está ansioso por adquirirlo, pero mi lealtad hacia el trono de Su Majestad y hacia su persona me obligan a ofrecerlo a Su Majestad. El precio es de un millón de tumtums.
Después de recibir la promesa de otra letra introdujo la mano en un bolsillo diferente a los dos anteriores y remarcó:
-El precio del cañón irresistible debió haber sido mucho mayor, Su Majestad, pero el hecho es que los misiles pueden ser tan efectivamente desviados por mi nuevo método de tratar las armaduras blindadas con...
El Rey indicó al Gran Factotum que se aproximara.
-Revisa a este hombre -le dijo- y dime cuántos bolsillos tiene.
-Cuarenta y tres, señor -dijo el Gran Factotum, completando su escrutinio.
-Dios bendiga a Su Majestad -gritó el Patriota Ingenioso, aterrorizado-. Uno de ellos contiene tabaco.
-Sosténganlo por los tobillos y sacúdanlo -ordenó el Rey-, luego denle una orden por cuarenta y dos millones de tumtums y mándenlo a decapitar. Emitamos un decreto castigando la ingeniosidad con la pena capital.

sábado, 22 de mayo de 2010

El albatros

Por divertirse a veces suelen los marineros
cazar a los albatros, aves de envergadura,
que siguen, en su rumbo indolentes viajeros,
al barco que se mece sobre la amarga hondura.

Apenas son echados en la cubierta ardiente,
esos reyes del cielo, torpes y avergonzados,
sus grandes alas blancas abaten tristemente
como remos que arrastran a sus cuerpos pegados.

¡Este viajero alado, oh qué inseguro y chico!
¡Hace poco tan bello, qué débil y grotesco!
¡Uno con una pipa le ha chamuscado el pico,
imita otro su vuelo con renqueo burlesco!

El Poeta es semejante al príncipe del cielo
que puede huir las flechas y el rayo frecuentar;
entre mofas y risas exiliado en el suelo,
sus alas de gigante le impiden caminar.

domingo, 9 de mayo de 2010

Tentación

Ella tenía hipo. Y como si no bastara la claridad de las dos de la tarde, era pelirroja. En la calle vacía, las piedras vibraban de calor: la cabeza de la chiquilla llameaba. Sentada en los escalones de su casa, lo soportaba. Nadie en la calle, sólo una persona esperando inútilmente en la parada del tranvía. Y como si no bastara su mirada sumisa y paciente, el hipo la interrumpía a cada momento, sacudiendo el mentón que se apoyaba amoldado en la mano. ¿Qué hacer con una chica pelirroja con hipo? Nos miramos sin palabras, desaliento contra desaliento. En la calle desierta ninguna señal de tranvía. En una tierra de morenos, ser pelirrojo era una involuntaria rebelión. ¿Qué importaba si un día futuro su marca iba a hacerla erguir insolente una cabeza de mujer? Por ahora estaba sentada en un escalón centelleante de la puerta, a las dos de la tarde. Lo que la salvaba era un monedero viejo de señora, con la cremallera rota. Lo aseguraba con un amor conyugal ya acostumbrado, apretándolo contra las rodillas. Fue entonces cuando se aproximó a su otra mitad en este mundo, un hermano de Grajaú. La posibilidad de comunicación surgió en el ángulo caliente de la esquina, acompañando a la señora, y encarnada en la figura de un can. Era un basset lindo y miserable, tierno bajo su fatalidad. Era un basset pelirrojo. Allá venía él trotando, delante de la dueña, arrastrando su largura. Desprevenido, acostumbrado, perro. La chica abrió los ojos asombrada. Suavemente avisado, el perro se paró delante de ella. Su lengua vibraba. Ambos se miraban. Entre tantos seres que están preparados para volverse dueños de otro ser, allí estaba la chica que había venido al mundo para tener aquel perro. Él se estremecía con suavidad, sin ladrar. Ella lo miraba bajo los cabellos, fascinada, seria. ¿Cuánto tiempo estaba pasando? Un gran hipo desafinado la sacudió. Él ni siquiera tembló. También ella pasó por encima del hipo y continuó mirándolo fijamente. Los pelos de ambos eran cortos, rojizos. ¿Qué fue lo primero que se dijeron? No se sabe. Tan sólo se sabe que se comunicaron rápidamente, porque no había tiempo. Se sabe también que sin hablar se pedían. Se pedían con urgencia, intrigados, sorprendidos. En medio de tanta vaga imposibilidad y de tanto sol, allí estaba la solución para la chica pelirroja. Y en medio de tantas calles para ser trotadas, de tantos perros más grandes, de tantos desagües secos, allá estaba una chica como si fuera carne de su pelirroja carne. Se miraban profundos, entregados, ausentes de Grajaú. Un instante más y el sueño suspendido se rompería, cediendo tal vez a la gravedad con que se pedían. Pero ambos estaban comprometidos. Ella, con su infancia imposible, el centro de la inocencia que solamente se abriría cuando fuera una mujer. Él, con su naturaleza aprisionada. La dueña estaba impaciente bajo la sombrilla. El basset pelirrojo finalmente se desprendió de la chica y salió sonámbulo. Ella quedó perpleja, con el acontecimiento en las manos, en una mudez que ni su padre ni su madre comprenderían. Lo acompañó con los ojos negros que apenas creían, doblada sobre el monedero y las rodillas, hasta verlo doblar la otra esquina. Pero él fue más fuerte que ella. Ni una sola vez miró hacia atrás.

sábado, 24 de abril de 2010

Parrilla

Sobre el fin de la calle
rumbo al cuartel
hay un asador

es verano
pero corre una pequeña
brisa

Mi padre
mi madre
nuestros hermanos
disfrutan de la cena
familiar
al aire libre

No hay nada que temer
estamos abrazados por el campo
el mundo acontece en ese punto
minúsculo del universo. Tengo
seis años. Conozco
todo
lo que me circunda.
Somos libres
en el lugar

Mi padre es feliz;
se rodea de sus hijos
de su mujer
tiene información suficiente
para proveernos
durante algunos años
axiomas, libros, narraciones
de adolescencia.
Ahora que
su muerte es fresca
y reciente, recreo el instante
en que mi padre
distribuye la carne,
las achuras, las ensaladas
en derredor.
Mi madre lo roza con los ojos
y deliberadamente
lo deja hacer
deja que su fuerza crezca
allí, en ese punto
minúsculo del universo.

domingo, 18 de abril de 2010

El régimen alimenticio de los caballos

Tampoco es cierto que los caballos sean animales excluyentemente herbívoros. El doctor Ludwig Boitus ha probado que fueron los hombres de primitivas civilizaciones quienes los acostumbraron a ese régimen: así lo aconsejaban razones de economía y, sobre todo, de seguridad.
Los caballos son los únicos animales primigeniamente carniceros. En efecto, si se alimenta durante sólo un mes con carne cruda a un caballo, el aspecto y los hábitos del animal sufren una transformación: los inocentes ojos pardos adquieren un maligno tinte ocre; los colmillos crecen y se arquean; el andar se hace sinuoso y afelpado; los movimientos tienden a ser furtivos; las uñas, liberándose de los cascos, se convierten en garras. El caballo es ahora el más fuerte, el más grande, el más veloz y el más ágil de todos los animales carniceros.
Aquellos hombres primitivos que encauzaron hacia tareas útiles la fuerza del único animal feroz que asolaba sus poblaciones se dieron cuenta, más tarde, de que necesitaban también matizar el mundo con un tranquilo horror. Entonces, eligiendo a unos inofensivos, hermosos e inservibles animales que solían devorar sus cosechas, los acostumbraron al sabor de la carne: así surgieron los tigres y los leones, las panteras y los jaguares.

domingo, 11 de abril de 2010

Oración del repositor en el supermercado

Señor,
aquí estoy gozoso de salud
y lleno de trabajo,
frente a las góndolas de las verduras
aquí estoy en el supermercado
y todavía no he visto al amigo Whitman;
estoy entre batatas y papas y coliflores alegres
soñando colifloreamente,
con chicas cola de pato.

Señor,
te habla tu hijo shiome
la jugada a favor que te salió contragolpe.
Haz que el arroyo Sarandí se cristalice
con un suave y delgado movimiento de tus dedos
que a sus bordes cristalinos crezcan
tilos,
eucaliptus
y moreras en cinta
para cuando ella baje del 148
pose su dorado pie sobre el asfalto de Sarandí.
Entonces el ruiseñor volverá a cantar en la pampa.
El picaflor volverá a libar la flor en el campo.
Berazategui será un camino de canciones.
Ezpeleta la ciudad perdida para el amor.

Señor,
haz que paren las lluvias en Concordia
que este niño caprichoso deje de llorar
que la corriente del niño desaparezca
sino pobre del superpoeta Durand, Daniel.
¿Perecerá bajo las aguas de Concordia?

Señor,
haz que los muchachos de la selección
jueguen la final
del evento más hermoso de la tierra,
del deporte mas poético del mundo,
futbol-poesía-viva,
la destreza del pie y la armonía de la pelota.

lunes, 29 de marzo de 2010

En el mar está el mar

Una gaviota pasa por tu pecho
Y mancha la tarde.
Sabes que en el mar está el mar,
Los años no cambiarán sus aguas.
Cuando vuelvas a él
Contarás las mismas olas,
Escucharás el mismo concierto
De futuro flotando hacia las rocas.
Cuando vuelvas a él verás en el mar al mar,
Como si nada te hubieras perdido,
El mar estará, y no por ti.

lunes, 22 de marzo de 2010

Tragedia

María Olga es una mujer encantadora. Especial¬mente la parte que se llama Olga.
Se casó con un mocetón grande y fornido, un poco torpe, lleno de ideas honoríficas, reglamentadas como árboles de paseo.
Pero la parte que ella se casó era su parte que se llamaba María. Su parte Olga permanecía soltera y luego tomó un amante que vivía en adoración ante sus ojos.
Ella no podía comprender que su marido se enfureciera y le reprochara infidelidad. María era fiel, perfectamente fiel. ¿Qué tenía él que meterse con Olga? Ella no comprendía que él no comprendiera. María cumplía con su deber, la parte Olga adoraba a su amante.
¿Era ella culpable de tener un nombre doble y de las consecuencias que esto puede traer consigo?
Así, cuando el marido cogió el revólver, ella abrió los ojos enormes, no asustados sino llenos de asombro, por no poder entender un gesto tan absurdo. Pero sucedió que el marido se equivocó y mató a María, a la parte suya, en vez de matar a la otra. Olga continuó viviendo en brazos de su amante, y creo que aún sigue feliz, muy feliz, sintiendo sólo que es un poco zurda.