Así en cualquier sociedad en la que existan clases distintas, se respeta a los niños no sólo por sus propios méritos, sino también por la fortuna de sus padres. Los hijos de los ricos adquieren la creencia de que son superiores a los de los pobres, y se hacen esfuerzos para que los hijos de los pobres se crean a sí mismos inferiores a los de los ricos. Es necesario hacer este esfuerzo con los hijos de los pobres, dado que de otra manera llegarían a resentirse por la injusticia de la que son víctimas. Consecuentemente, en cualquier parte que existan clases distintas, la educación tiene por necesidad dos defectos correlativos: la de producir arrogancia en el rico, y la de aspirar a producir en el pobre una humildad irracional. Las objeciones a la arrogancia del rico son obvias, y han sido enseñadas por los moralistas desde el tiempo de los Profetas Hebreos, aunque únicamente un pequeño porcentaje de los moralistas se ha dado cuenta de que el mal no podría ser evitado por el mero hecho de predicar contra él, sino por un diferente sistema económico. Los males de intentar producir en el pobre una humildad irracional son algo diferentes. Si se le produce, la iniciativa y el respeto a sí mismo disminuyen de una manera perjudicial. Si no se le produce, hay resentimiento que tiende a la destrucción. Si se le produce o no, el intento para producirla implica la enseñanza de la falsedad: la falsedad ética, dado que es una representación de que la desigualdad entre ricos y pobres no es una injusticia; la falsedad económica, dado que se sugiere que el presente sistema económico es el mejor posible; falsedad histórica, dado que los conflictos previos entre ricos y pobres son narrados desde el punto de vista de los ricos. Cuando los profesores son un poco mejores que los proletarios, necesitan almas esclavas si tienen que creer lo que deben enseñar, y falta de valentía si tienen que enseñarlo sin creerlo.
El rastreador
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lunes, 14 de febrero de 2011
La educación y la clase
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