A Cristina Campo
Son mis voces cantando
para que no canten ellos,
los amordazados grismente en el alba,
los vestidos de pájaro desolado en la lluvia.
Hay, en la espera,
un rumor a lila rompiéndose.
Y hay, cuando viene el día,
una partición de sol en pequeños soles negros.
Y cuando es de noche, siempre,
una tribu de palabras mutiladas
busca asilo en mi garganta
para que no canten ellos,
los funestos, los dueños del silencio.
El rastreador
El rastreador recorre bibliotecas concretas y virtuales buscando esos textos que alguna vez tenemos que leer.
sábado, 28 de noviembre de 2009
domingo, 22 de noviembre de 2009
Las vigas de roble del colegio
El New College de Oxford, Inglaterra, fue fundado a fines del siglo XVI, que para un colegio inglés es una fecha bastante reciente, y eso explica su nombre. Tiene, como tantos otros colegios tradicionales de Inglaterra, un enorme comedor con grandes vigas de roble en el techo. Son vigas de unos seis metros de largo y veinte centímetros de ancho.
Me contaron que hace unos años, un estudiante de entomología bastante curioso se trepó al techo con un cortaplumas y revisó las vigas, descubriendo que estaban llenas de polillas de la madera.
Cuando el Consejo Rector del colegio se enteró de la novedad, hubo reunión urgente. El desaliento se notaba en los rostros. "¿Dónde conseguimos roble de ese calibre hoy en día?".
Pero uno de los consejeros más jóvenes tuvo una idea: "¡preguntémosle al guarda parque del colegio!" exclamó. Cuando por fin lo localizaron, ya que se hallaba recorriendo unos terrenos de la institución en el otro extremo del país, el guarda parque se presentó ante el Consejo. Alisando su gorra con la mano derecha, el viejo jardinero dijo: "Señores, yo ya me estaba preguntando cuando me llamarían". Los sorprendidos miembros del consejo se miraron. Entonces el guarda parque explicó que cuando se fundó el colegio, en otro campo se sembró un robledal destinado especialmente a reemplazar esas vigas del comedor cuando fuesen atacadas por insectos, porque tarde o temprano las vigas de roble son atacadas por insectos.
A través de las generaciones, el mensaje fue pasando de un guarda parques a otro, a lo largo de cuatrocientos años: "Esos robles no se cortan, son para el comedor del colegio".
Es una hermosa historia. Esa es la manera de manejar una cultura...
Me contaron que hace unos años, un estudiante de entomología bastante curioso se trepó al techo con un cortaplumas y revisó las vigas, descubriendo que estaban llenas de polillas de la madera.
Cuando el Consejo Rector del colegio se enteró de la novedad, hubo reunión urgente. El desaliento se notaba en los rostros. "¿Dónde conseguimos roble de ese calibre hoy en día?".
Pero uno de los consejeros más jóvenes tuvo una idea: "¡preguntémosle al guarda parque del colegio!" exclamó. Cuando por fin lo localizaron, ya que se hallaba recorriendo unos terrenos de la institución en el otro extremo del país, el guarda parque se presentó ante el Consejo. Alisando su gorra con la mano derecha, el viejo jardinero dijo: "Señores, yo ya me estaba preguntando cuando me llamarían". Los sorprendidos miembros del consejo se miraron. Entonces el guarda parque explicó que cuando se fundó el colegio, en otro campo se sembró un robledal destinado especialmente a reemplazar esas vigas del comedor cuando fuesen atacadas por insectos, porque tarde o temprano las vigas de roble son atacadas por insectos.
A través de las generaciones, el mensaje fue pasando de un guarda parques a otro, a lo largo de cuatrocientos años: "Esos robles no se cortan, son para el comedor del colegio".
Es una hermosa historia. Esa es la manera de manejar una cultura...
lunes, 16 de noviembre de 2009
Dialéctica
Yuan Chan porfiaba que los fantasmas no existían. La lógica de sus argumentos era irrebatible. Un día se le presenta un extranjero que lo desafía a filosofar. A pesar de su hábil dialéctica el extranjero es derrotado. Entonces confiesa que es un fantasma: se transforma en un monstruo y desaparece. Yuan Chan, por primera vez en su vida, pierde la palabra. Pierde también la vida.
miércoles, 11 de noviembre de 2009
Poesía fácil
Paz no busco, guerra no soporto
tranquilo y solo voy por el mundo en sueño
lleno de cantos sofocados. Anhelo
la niebla y el silencio en un gran puerto.
En un gran puerto lleno de velas leves
prontas a zarpar hacia el horizonte azul
dulces ondulando, mientras que el susurro
del viento pasa con acordes breves.
Y aquellos acordes el viento se los lleva
lejos sobre el mar desconocido.
Sueño. La vida es triste y yo estoy solo.
Oh cuándo, cuándo una mañana ardiente
mi alma se despertará en el sol
en el eterno sol, libre y rugiente.
tranquilo y solo voy por el mundo en sueño
lleno de cantos sofocados. Anhelo
la niebla y el silencio en un gran puerto.
En un gran puerto lleno de velas leves
prontas a zarpar hacia el horizonte azul
dulces ondulando, mientras que el susurro
del viento pasa con acordes breves.
Y aquellos acordes el viento se los lleva
lejos sobre el mar desconocido.
Sueño. La vida es triste y yo estoy solo.
Oh cuándo, cuándo una mañana ardiente
mi alma se despertará en el sol
en el eterno sol, libre y rugiente.
lunes, 9 de noviembre de 2009
Excelsum Superbum
Recién empezaban a rozarse, por encima, los ligustros disciplinados. Era una alameda joven. Cuando su hija nació, él había plantado los arbolitos con esmero, uno por uno, atando al primer ejemplar una placa de hojalata con la nomenclatura precisa y la fecha.
Aquella podría haber sido una media mañana cercana al otoño. Corrían los dos. Él de espaldas, para atrás. La pequeña se esforzaba en la carrera más por no verlo alejarse que por ganar. Al final, ella ganaba siempre y aupada por el padre, presunto perdedor, tomaba como trofeo la boina vasca y la lanzaba al aire. Los dos reían con una risa idéntica.
La mañana de la que hablo, esa del otoño que alborea, tal vez queriendo eternizar aquel minuto de triunfo y exclusividad, le preguntó:
-¿Podemos casarnos, papá?
El la abrazó fuertemente, como abraza un padre que ha plantado árboles. Después, la bajó con extrema delicadeza y acuclillado a su altura intentó una respuesta:
-Ya me he casado con tu mamá.
Silencio.
Con levedad se movieron las hojas y las manchas del sol vacilaron sobre el suelo.
-Bien. Cuando crezcas lo vamos a hablar.
Aún cuelga de una rama baja, en el primer árbol, la placa de hojalata:
Ligustrum Excelsum Superbum
0-10-1947
Nunca me he casado.
Aquella podría haber sido una media mañana cercana al otoño. Corrían los dos. Él de espaldas, para atrás. La pequeña se esforzaba en la carrera más por no verlo alejarse que por ganar. Al final, ella ganaba siempre y aupada por el padre, presunto perdedor, tomaba como trofeo la boina vasca y la lanzaba al aire. Los dos reían con una risa idéntica.
La mañana de la que hablo, esa del otoño que alborea, tal vez queriendo eternizar aquel minuto de triunfo y exclusividad, le preguntó:
-¿Podemos casarnos, papá?
El la abrazó fuertemente, como abraza un padre que ha plantado árboles. Después, la bajó con extrema delicadeza y acuclillado a su altura intentó una respuesta:
-Ya me he casado con tu mamá.
Silencio.
Con levedad se movieron las hojas y las manchas del sol vacilaron sobre el suelo.
-Bien. Cuando crezcas lo vamos a hablar.
Aún cuelga de una rama baja, en el primer árbol, la placa de hojalata:
Ligustrum Excelsum Superbum
0-10-1947
Nunca me he casado.
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