El rastreador
El rastreador recorre bibliotecas concretas y virtuales buscando esos textos que alguna vez tenemos que leer.
viernes, 22 de julio de 2011
Sueño del exiliado
Ha vuelto a casa. Después de más de diez años de vivir transterrado como un potus, se acabó la dictadura y las calles están sobradas de sonrisas y de cantos, de banderas, muchachas hermosas y carcajeantes chicos que festejan la caída del Tirano. Ahora sí, lo que pareció un sueño durante una larga década, se hace realidad y él vuelve a casa como un guerrero exhausto pero cubierto de gloria, y lo reciben la familia y los amigos, que esa misma, primera noche, organizan una cena bien regada con vinos del país a la que asiste, para su sorpresa, el amigo más querido de la infancia, y yo que te creía muerto, le dice, todos estos años pensando que te habían secuestrado, imaginando tormentos y el asesinato más cobarde, venga ese abrazo, y el abrazo viene y se estrechan como viejos camaradas, como amantes a los que la vida separó. Y él come y bebe y canta, con todos canta y bebe y come, y es una fiesta que por supuesto, claramente quisiera que no termine jamás, ha llorado tanto, ha sufrido tanto la lejanía, y el destierro le ha quitado tanto ánimo que, les dice a todos, a la hora del discurso, me ha quitado tanto ánimo que mañana tendré que recorrer la ciudad calle por calle y manzana por manzana para recuperar el pasado y recargar las baterías agotadas, para recordarme en el paisaje urbano como un gorrión que vuelve, que necesita posarse en las mismas, viejas ramas de los mismos, viejos lapachos. Y en medio del aplauso de bienvenida y de la emoción que lo gobierna y que lo ha ido descontrolando poco a poco a lo largo de esa jornada memorable, de pronto alguien le dice que lo llaman a la puerta y él gira y va y se encuentra con la muchacha que amaba cuando debió partir, cuando la triple tragedia que fue la dictadura y tener que dejar a esa joven a la que amaba y amó siempre, y enterarse después que estaba desaparecida, esa palabra maldita de macabros significados. Ella está ahí ahora, joven y espléndida, refulgente como en todos sus sueños y recuerdos, y le sonríe y le dice yo tampoco estoy muerta, la dictadura ha caído y mañana sale el sol, te lo prometo, y todos cantan y bailan alrededor de ellos y él, de súbito, se da cuenta de que algo falla, hay como una velocidad en el baile, un vértigo irrefrenable en todo lo que acontece. Entonces advierte, de súbito, que vive una situación ya conocida y dice, para sí mismo y en voz muy queda, que quizás todo sea un sueño, otro sueño, otro maldito sueño del que es probable que vaya a despertarse justo cuando empiece a creer que, de veras, está en la ciudad y la casa de su infancia. Y ése es el momento —recuerda de pronto porque de pronto recuerda que ya ha soñado todo eso—, ése es el condenado momento en que le toca despertarse. Y en efecto, despierta.
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