La historia que sigue es de origen español. Un hombre cae al vacío desde el piso treinta. Cayendo, grita:
-¡San Antonio! ¡San Antonio! ¡Sálvame!
Una poderosa mano aparece de entre las nubes y lo agarra.
-¡Oh, gracias, San Antonio! –grita el hombre.
-¿San Antonio de dónde? –pregunta una voz invisible.
-¡San Antonio de Padua!
-Ah, no. No soy yo –dice la voz.
La mano se abre y el hombre se estrella contra el suelo.
El rastreador
El rastreador recorre bibliotecas concretas y virtuales buscando esos textos que alguna vez tenemos que leer.
viernes, 30 de julio de 2010
lunes, 26 de julio de 2010
El augurio
Sentados sobre un muro los troyanos
vieron pasar a Helena, sorprendidos,
en un barco de remos repetidos,
y con asombro unieron sus dos manos;
y en el cielo sus rápidos hermanos,
sobre el puerto de Ilión inadvertidos,
anunciaron desastres, y sonidos
de guerra, y otros barcos espartanos.
También al verte imaginé las furias
de una guerra fatal y prolongada,
llena de ardor, de encantos, y de injurias;
este asedio tan largo de los días
ya fue previsto en tu primer mirada,
ya me venciste cuando sonreías
domingo, 18 de julio de 2010
Un hombre de fe
Era su último día como cartero, después de haber recorrido durante treinta y cinco años las callecitas arboladas de Villa del Parque.
Sus compañeros le pidieron que se quedara para brindar, que ese día no saliera a repartir correspondencia y los ayudara simplemente a clasificarla. Fue entonces cuando descubrió el sobre con un extraño destinatario: "Para Dios". Santiago pensó que era una broma de despedida. Pero no, todos estaban sorprendidos, nunca habían tenido que llevar una carta destinada a Dios. Finalmente la abrieron. En su interior, Santiago halló el pedido desesperado de un desocupado, que requería el milagro de hallar mil pesos para comprar un remedio a su hijito, muy enfermo.
Todos se miraron consternados, se llevaron las manos a los bolsillos, y junto a un guardia y a un heladero de visita, juntaron ochocientos pesos.
Santiago se calzó el uniforme, montó su bicicleta y partió en la última misión. Al llegar descubrió una casita humilde. Sigilosamente pasó el sobre por debajo de la puerta y se marchó.
Al día siguiente, ya jubilado, Santiago no fue a trabajar. Sus compañeros, al abrir el saco del buzón, hallaron nuevamente una carta "Para Dios" escrita por el mismo hombre. En su texto pudieron leer el siguiente mensaje: "Gracias Señor por haber escuchado mi ruego. Mi hijo sanará. Eso sí, de los mil pesos que me mandaste sólo recibí ochocientos. Los otros doscientos se los deben haber robado en el correo"
domingo, 11 de julio de 2010
Autorretrato
Considerad, muchachos, Este gabán de fraile mendicante: Soy profesor en un liceo obscuro, He perdido la voz haciendo clases. (Después de todo o nada Hago cuarenta horas semanales). ¿Qué les dice mi cara abofeteada? ¡Verdad que inspira lástima mirarme! Y qué les sugieren estos zapatos de cura Que envejecieron sin arte ni parte. En materia de ojos, a tres metros No reconozco ni a mi propia madre. ¿Qué me sucede? -¡Nada! Me los he arruinado haciendo clases: La mala luz, el sol, La venenosa luna miserable. Y todo ¡para qué! Para ganar un pan imperdonable Duro como la cara del burgués Y con olor y con sabor a sangre. ¡Para qué hemos nacido como hombres Si nos dan una muerte de animales! Por el exceso de trabajo, a veces Veo formas extrañas en el aire, Oigo carreras locas, Risas, conversaciones criminales. Observad estas manos Y estas mejillas blancas de cadáver, Estos escasos pelos que me quedan. ¡Estas negras arrugas infernales! Sin embargo yo fui tal como ustedes, Joven, lleno de bellos ideales Soñé fundiendo el cobre Y limando las caras del diamante: Aquí me tienen hoy Detrás de este mesón inconfortable Embrutecido por el sonsonete De las quinientas horas semanales. |
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