Como siempre, lo traga la tumba
provisoria del subterráneo. Por el momento
habrá algo allá abajo y la escalera
desciende, húmeda, cada mañana otoñal.
En la hora en que la vida
ofrece un orden represivo
contra este orden represivo
contra este empleado del planeta: un soldado desconocido
a quien uno de los señores de Kafka
espera detrás de una puerta
relucientes los caminos en el rostro afeitado.
Ahora desciende, ignora su propia condena
y ha renunciado a conocer al juez
muriendo antes de morir.